Ciudad del Vaticano, 27 de octubre de 2024
Queridos todos: ¡Un saludo!
Como pueden ver, estoy justamente aquí, en la plaza de San Pedro. Hace poco ha terminado la misa de clausura del Sínodo. Como saben, hemos hecho esta experiencia, este camino sinodal desde hace tres años. Y ha sido una gracia inmensa para mí, un don de Dios no solo personal, sino que lo considero así para todo el Movimiento de los Focolares.
El Papa, hace unos momentos nos ha dicho en la homilía que «no somos una Iglesia muda, sino una Iglesia a la escucha del grito de la humanidad». «No una Iglesia sentada, sino una Iglesia en camino». Y esta ha sido mi experiencia durante todo este mes, en el que hemos reflexionado sobre muchos temas, muchos desafíos que la Iglesia vive actualmente, pero también sobre lo que el mundo vive hoy, las guerras, la inmigración.
Hemos afrontado muchas otras cosas. Y las hemos afrontado de una manera verdaderamente sinodal. Ha sido un ejercicio de cada día. Había sesiones alrededor de una mesa, con algunas personas, otras en plenaria.
Yo estaba en un grupo que venía de los cinco continentes:de Australia a América, a Europa, a Asia, a Oriente Medio. Y no solo eso, había obispos, cardenales, laicos, casados, mujeres, hombres, pero también delegados fraternos de varias Iglesias cristianas, que enriquecieron
nuestra reflexión y realmente aumentaron la comunión entre nosotros como Iglesia católica y también con otras varias Iglesias.
Me ha alegrado realmente ver lo que Chiara soñaba: una Iglesia que es más comunión, una Iglesia que puede expresar la armonía, como el Papa nos ha dicho:que la palabra clave de este Sínodo, de lo que hemos vivido, era la unidad como armonía. Porque hemos visto que más allá de nuestras diferencias de cultura, de edad, de posiciones, de responsabilidades, todos éramos hermanos y hermanas compartiendo ante todo las cosas más profundas que tenemos en el corazón. Pero también hemos compartido muchos dolores que hay en la Iglesia hoy, sin vergüenza [de citarlos]. Esto me ha impactado mucho: que la Iglesia no haya tenido vergüenza de decirlo, se ha puesto con humildad a decir todos los males sucedidos y pedir perdón por
ellos. Pedir perdón, ante todo a Dios, pero también a todos aquellos hermanos y hermanas nuestros a quienes a lo largo de los años hemos hecho sufrir.
Y ahora es importante que esta etapa no termine aquí, sino que sea precisamente un punto de partida para todos nosotros; para caminar juntos, porque el Sínodo tenía este título: “Por una Iglesia misionera”: misionera en la participación, en la comunión, en la misión.
Para aquellos que aún no puedan leer todo el Documento, quiero decirles en resumen lo que me ha impactado haciendo una lectura rápida. Tiene cinco partes:
La primera es precisamente: llamados por el Espíritu Santo a la conversión. Es lo que yo siento, es decir, la llamada a la conversión, porque la sinodalidad es como una profecía de carácter social que tiene necesidad de una espiritualidad para ser vivida. No es una sinodalidad
que significa solo caminar juntos, sino que se necesita una espiritualidad. Y para vivir esta espiritualidad hace falta ascesis, humildad, y la paciencia para caminar juntos, ciertamente, pero también la disponibilidad a perdonar y ser perdonados.
La segunda: conversión, la conversión de las relaciones, es decir, que a la base de todo esté la relación con las personas con las que dialogamos. El cuidado de las relaciones no es una estrategia o una herramienta para una mayor eficacia organizativa, sino el modo en que Dios Padre se ha revelado en Jesús, en el Espíritu.
La tercera es la conversión del proceso, que hemos profundizado mucho: el discernimiento sobre cómo vivir nuestras responsabilidades, nuestros gobiernos, nuestros encargos en la Iglesia, en las comunidades de las que formamos parte. Por tanto es importante vivir la
transparencia, la rendición de cuentas, pero también la evaluación de todo lo que hacemos y realizamos, para ser creíbles también ante la sociedad.
El cuarto punto es la conversión de los vínculos. La conversión sinodal invita a cada persona a ampliar el espacio de su corazón, el primer lugar en el que resuenan todas nuestras relaciones, radicadas en la relación personal de cada uno con Jesús y con la Iglesia.
Y el quinto capítulo habla de la formación, la importancia de la formación para todos nosotros, de la formación integral continua, compartida a todos los niveles, en la Iglesia y para todos.
Y eso es exactamente lo que queremos hacer: continuar. La fase de implementación de todo lo que hemos aprendido en estos tres años. Por eso siento mucha responsabilidad de que en todo el Movimiento oigamos un llamamiento, una llamada nueva a vivir el mensaje de este Sínodo.
Deseo salir de esta plaza ─donde en la sala Pablo VI hemos vivido, durante un mes entero con personas de todo el mundo─, partir para ser misioneros de la sinodalidad.
Los saludo a todos y les agradezco mucho sus oraciones que me han acompañado en este mes, que ha sido exigente, no exento de dificultades, pero que ha sidouna gracia inmensa.
¡Adiós!
Por Margaret Karram – Presidenta del Movimiento de los Focolares