Nacidos para dialogar nos llama a profundizar las raíces de esa vocación que todos llevamos dentro, para ahondar en quien es el ser creado y para entrar en diálogo con los demás.

El hecho de que llevemos dentro esta hermosa semilla no significa que sea fácil dialogar. Es siempre un camino y un horizonte, es siempre un desafío y una posibilidad. Que en nuestros tiempos el diálogo se ponga como una luz en el camino no quiere decir que toda nuestra familia humana lo haya asumido como un estilo de vida.

Antes que nada, debemos percatarnos de que se trata de un compromiso personal y que, como lógica consecuencia, se expande lo mismo que el fuego a todas las expresiones de la vida social y religiosa. Y así como el fuego cuando genera peligro nos deja sin palabras a la misma velocidad corre el diálogo y también la imposibilidad de diálogo.

Cuando el diálogo va logrando sus objetivos nos dignifica haciéndonos sentir plenos porque nos sitúa en nuestra verdadera dignidad de personas, poniéndonos en esa relacionalidad a la que Dios nos llama en cada instante de nuestra vida.

En este número deseamos aportar no solo un pensamiento o una reflexión, sino que, a través de las temáticas de fondo que se proponen en esta dirección de fundamentos al diálogo, lo hacemos también junto a otras prácticas de elección de vida y también en la cotidianidad.

Deseamos que sean un estímulo para radicarnos siempre más en este estilo de vida vinculado con el Evangelio donde poder construir nuestra casa sobre la roca.

Además, tres eventos de carácter mundial intervinculados para el bien de nuestra familia humana, han marcado significativamente la última semana de octubre: la encíclica del Papa Francisco “Nos amó” (Dilexit nos); el cierre de la segunda etapa del Sínodo sobre la Sinodalidad que seguirá su proceso y la celebración en Colombia de la COP 16. Celebremos y conozcamos en profundidad estas tres importantes instancias y que no queden catapultadas por la lluvia permanente de las redes sociales.

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Por Susana Nuin Núñez.