Repensar la masculinidad y la feminidad en un mundo cambiante

Repensar la masculinidad y la feminidad en un mundo cambiante

Por Susanne Schaup Fuente. https://www.sophiaonline.com.ar/ 

¿Qué nuevo paradigma necesitamos, varones y mujeres, para emanciparnos de la lógica patriarcal? ¿Cómo construirlo juntos, integrándonos en armonía? Un llamado a dejar de lado las diferencias para hacer el trabajo en unidad.

La idea de lo que “un hombre” es, o debería ser, y cuál es la posición que va tomando en el mundo, está atravesando cambios profundos como corolario de décadas, de lucha por parte de la mujer para llegar a la emancipación del dominio patriarcal. ¿Y cómo se sienten los hombres con esto? ¿Lo celebran? ¿O lo resienten? 

Hemos llegado a un punto donde la especie humana no puede continuar evolucionando, salvo que pongamos fin a la discriminación sexual y racial. Esto, a su vez, como parte de un cambio de paradigma mayor que la sociedad necesita y a la cual se acerca de a intervalos. 

Son muchos los factores históricos que se conectan para producir este cambio: se trata de un llamado a que ambos, hombres y mujeres, realicen ciertos ajustes. En la superficie puede parecer que las mujeres celebran victoria y los hombres están perdiendo, que las mujeres van ganando derechos y libertades. Los hombres, en cambio, van perdiendo privilegios que daban por sentado. 

¿Pero es realmente así? 

En realidad, el proceso de emancipación de la mujer le da al hombre la misma posibilidad de liberarse de los estereotipos que lo oprimen, con relación a su mentalidad, actitudes y comportamientos. Lo que puede parecer un golpe contra el ego y la autoestima masculina es, si nos detenemos a mirar de cerca, una oportunidad de dejar atrás roles fijos y paralizantes, así desarrollar la personalidad individual de una forma que, hasta ahora, no estaba disponible para ellos. 

Los hombres también han sido oprimidos por la división artificial entre el mundo de las mujeres y el de los hombres. Fueron privados de su emocionalidad bajo una regla que establecía que “los hombres no lloran ni demuestran sus sentimientos”. El modelo masculino prescribía mostrarse fuertes como signo de hombría. En general, no se les enseñó ni habilitó a hablar de sus emociones o relaciones. Simplemente, no se les mostró el lenguaje de la empatía, la sensibilidad de la comunicación, ni las maneras de sortear las dificultades personales para poder reconocer sus debilidades o errores.

Errar es humano. Todos tenemos momentos en los cuales nos sentimos débiles o indefensos. Todos compartimos el mismo anhelo: recibir amor y ternura. Todos tenemos las mismas necesidades, el mismo deseo de mantener relaciones humanas sanas, relaciones que nos llenen el alma. Todos queremos vivir en paz y armonía y dejar a nuestros hijos un mundo en el cual valga la pena vivir.

Errar es humano. Todos tenemos momentos en los cuales nos sentimos débiles o indefensos. Todos compartimos el mismo anhelo: recibir amor y ternura. Todos tenemos las mismas necesidades, el mismo deseo de mantener relaciones humanas sanas, relaciones que nos llenen el alma. Todos queremos vivir en paz y armonía y dejar a nuestros hijos un mundo en el cual valga la pena vivir.

En el viejo paradigma, todo esto era considerado “cosa de mujeres”. De los hombres, se esperaba que mostraran dureza, fuerza de voluntad, liderazgo, dominación y el empuje implacable hacia sus objetivos, fueran estos la acumulación de riqueza, la realización de las guerras, la conquista de tierras extranjeras, la subyugación de otras comunidades o la explotación de los recursos naturales, forzando a la Madre Tierra a entregar sus tesoros.

¡Con razón el mundo pertenece a los hombres y las mujeres fueron apartadas! No es de extrañar que existe una gruesa pared de silencio y desacuerdo entre los hombres y las mujeres sobre las cuestiones esenciales de la vida. Entonces, al estar bajo presión, cuando la tensión llegaba a un punto de quiebre, la reacción estereotipada del hombre era (y todavía a menudo lo sigue siendo), el abuso verbal o la violencia física directa, como demuestra el altísimo y alarmante índice de violencia doméstica y de feminicidios en muchos países.

Comunicarse de forma pacífica es un arte que puede aprenderse. Admitir los sentimientos y las faltas requiere coraje y una suerte de fortaleza interior que crece en un ambiente de simpatía y amor. El brindar este tipo de espacios ha sido tradicionalmente tarea de las mujeres, pero no hay ninguna razón por la cual los hombres no podrían hacerlo.

Esto implica deshacerse del egocentrismo y el narcisismo —mecanismos que en muchos casos disfrazan una profunda inseguridad—, para poder en vez mostrar empatía y actuar en consecuencia. 

Resolver problemas o diversas cuestiones con empatía, tacto y sensibilidad tiene que ver tanto con la imaginación como con la voluntad e integridad moral. Hay todo un nuevo mundo de paisajes a descubrir para los hombres si ellos aceptan e integran su parte más femenina. Porque, tanto en la naturaleza de los hombres como de las mujeres, existe un lado femenino y un lado masculino. El gran psicólogo suizo C.G. Jung acuñó el término “individuación” para hablar de esta integración como signo de crecimiento personal. Una personalidad madura, es aquella que armoniza ambos elementos. 

Sabemos que este tipo de cambios no ocurre de la noche a la mañana. Toma décadas, quizás varias generaciones, poder lograr tal cambio. Pero la semilla está y la necesidad es evidente; debe generarse en la conciencia individual de cada individuo. Y veo a hombres —¡gracias a Dios! —, que han hecho esta transición. Me alegra el corazón ver a padres empujando cochecitos y pasando tiempo con sus hijos pequeños, con la misma ternura que una madre, con ese amor tan dedicado que involucra criar un hijo, para que se convierta en una persona feliz, sana y equilibrada.

La tendencia está creciendo: veo cada vez más hombres tomarse una licencia por paternidad cuando nace un hijo y más hombres que participan en los partos. Me gusta pensar que un hombre que fue testigo del trabajo de parto, de la sangre y el sudor, el dolor y las lágrimas involucradas en todo el proceso, nunca cederá a enviar a su hijo o hija a la guerra. La vida humana, este acto de creación continuo, es demasiado valioso para ser descartado como carne de cañón.

Los hombres, liberados de las restricciones patriarcales, serán mejores guardianes de la paz. Serán mejores hijos, hermanos, maridos, amantes, amigos y padres. Y, por último, pero no menos importante, serán mejores políticos y mandatarios. Se enorgullecerán de un nuevo sentido de la masculinidad, no desde la lógica del “macho alfa”, sino integrando su lado femenino para completar su sentido de hombría. Las mujeres los pueden ayudar a hacer esta transición.

Mientras haya vida en el planeta, las mujeres amarán a los hombres y dependerán de ellos, y los hombres amarán a las mujeres y dependerán de ellas. Los problemas que enfrentamos hoy son más complejos que cualquier desafío que la humanidad haya enfrentado antes. Solo podemos esperar hacerles frente si hombres y mujeres trabajamos juntos, en armonía, codo a codo, tomados de la mano, mirándonos a los ojos, en términos igualitarios. 

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