Darién: región selvática e inhóspita ubicada entre Colombia y Panamá

“Salimos temprano para El Darién. Un grupo en bus con 5 horas de recorrido y otros en avioneta, casi una hora de vuelo. Siempre les he tenido miedo a las avionetas y hoy me tocó montarme, para ahorrarme esas horas en bus. Ida y regreso en avioneta estuvo bien, era un día bien soleado”. De esta manera empieza su relato Mons. Manuel E. Salazar.

Formaba parte de un grupo de Obispos de Frontera y agentes pastorales de Panamá, Colombia y Costa Rica que participaron en una reunión convocada en la ciudad de Panamá (19-22 de marzo) por el Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral para “escuchar, discernir y actuar desde nuestras responsabilidades pastorales” ante la compleja situación migratoria de la Región. En línea con las reuniones de Obispos de Pasto, San Salvador y Cúcuta realizadas antes.

En el marco de esta reunión dedicaron el día 20 a visitar el Vicariato Apostólico del Darién (un territorio enorme, que solo tiene 14 sacerdotes que llegan a muchas comunidades por río y mar) y a conocer la zona panameña del “Tapón” del Darién, “tapón de inhumanidad” como lo definen los obispos en su declaración final.

Sabemos bien que la región afronta un enorme flujo de personas migrantes, el mayor de su historia, ocasionando retos y oportunidades para la misma población migrante y también para la población de acogida o receptora. Reportaba “El Mundo” días pasados que ya son 109mil los migrantes que han atravesado el Darién en el primer trimestre 2024 (por lo menos el 60% son venezolanos, seguidos por ecuatorianos y haitianos y más del 20% menores de edad!)1.

“Nos llevaron a un lugar rural de llegada, acogida y control de migrantes en la Comunidad de Lajas Blancas – relata Mons. Salazar. – ⁠Había varios puestos de ONG de ayuda, en pequeños locales muy precarios. En el albergue los migrantes llegan, después de largo caminar por la selva, a través de piraguas o canoas por el rio Chucunaque pagando a los indígenas por el traslado (todo un negocio). Los dejan a la orilla del río y suben una cuestilla a un puesto de control migratorio.

Luego lo que sigue es un campamento improvisado y sucio, algunos sanitarios asquerosos, mucho calor y gente por todo lado como hormigas, como zombis moviéndose apretados, mal vestidos, malolientes y cansados, sus posesiones son lo único que pueden cargar. Las autoridades les dan agua y comida. Largas filas se forman donde hay abastecedores privados para comprar cosas y recargar celulares.

Ellos piden dinero: deben conseguir unos 60 dólares que es el costo del pasaje para trasladarse a la frontera con Costa Rica y continuar su camino hacia el Norte. Es una tragedia humana: ¡pocos ricos cada vez más ricos, producen muchos pobres cada vez más pobres! Hay madres que migran a buscar sus hijos desaparecidos. La selva es terrible, llueve mucho. Los ríos son caudalosos. Nos contaron que en una ocasión el río se creció y hubo 60 muertos que iban en piraguas.

El Darién es un cementerio donde no hay estadísticas. Además, ⁠hay bandas criminales que roban o cobran peaje. Los coyotes hacen un gran negocio. Para no hablar de los asaltos y las violaciones a las mujeres, hasta 12 por día. Nos contaron el caso de una niña violada por cuatro hombres…

‘Solo Dios sabe lo que hemos sufrido’ fue la expresión de un hombre de unos 40 años, al bajar de la embarcación y abrazar a uno de nosotros que nos encontrábamos a la orilla del río. La migración es un gran negocio criminal a alto costo social (tráfico de personas, desapariciones, etc.), donde ⁠el narcotráfico domina”.

Mons. Salazar se conmueve de vez en cuando y se le hace un nudo en la garganta, el impacto con esta realidad es muy duro. En la Declaración final los obispos justifican la migración por necesidad de supervivencia, de reunificación familiar y por causas estructurales como la pobreza, la desigualdad, los efectos del cambio climático y la persecución política y social.

Mons. Salazar continúa su relato: “Da dolor, rabia y vergüenza ver a esos migrantes pordioseros. Sudados, mal vestidos y angustiados. Con hambre y otros con enfermedades. Muchos de ellos son religiosos. Lo que más dolor me causó es ver a esos niños, descalzos, algunos muy pequeños, en esa tragedia humana. Una joven intentaba entretenerlos con una presentación interactiva, en un escenario tuguriento. Dan ganas de dejarlo todo y quedarse en ese lugar a ayudar.

¡¡Y eso que nos explicaban que hay otro campamento en el Darién, cuatro veces más grande del que vimos!! Nosotros no tenemos derecho a quejarnos de nuestros problemas. ¡Pienso a tanta comida que se desperdicia en nuestras ciudades! Saludamos a los migrantes, hablamos, animamos y bendecimos. Les regalamos las mochilas que teníamos con nuestros refrigerios. A una familia les regalé también mi gorra”.

Continúa Monseñor: “Me siento orgulloso de la Iglesia Católica que tiene a lo largo del trayecto muchas casas de acogida, centros de apoyo psicológico, espiritual y legal y que está presente en el Darién hace muchos años y más ahora, en esta tragedia humana. No es noticia el trabajo duro y peligroso de estos clérigos y laicos. Hay una gran labor de los institutos religiosos, especialmente de los Claretianos. En fin, se trata de que los migrantes experimenten una sola Iglesia madre desde que salen hasta su destino”.

En su Mensaje de Cuaresma de este año 2024, el Papa afirma con fuerza: “Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad”.

A eso vinieron los obispos de esta región y luego “a levantar la voz al reconocer una creciente crisis humanitaria en la región que tiene en la selva del Darién, un «tapón» de inhumanidad por las condiciones de vulnerabilidad y muerte a la que se enfrentan hombres, mujeres, jóvenes, niñas y niños”.

Siempre en la Declaración final los obispos invitan a contrarrestar la exclusión, el rechazo, la xenofobia, la discriminación y la indiferencia “reconstruyendo la cultura del encuentro tejida con la hospitalidad y la acogida”.

Por eso agradecen “a personas de buena voluntad, entidades, organizaciones, instituciones que, con diversas iniciativas, intentan hacer de la atención integral, la hija mayor del amor”.

⁠Llaman a la conversión “a regresar al manantial evangélico de nuestra fe reconociendo a Cristo en las víctimas de la cultura del descarte (…) a promover los signos del Reino que Jesús practicaba: la acogida a los más débiles; la compasión hacia los que sufren; la creación de una sociedad capaz de ofrecer reconciliación y perdón, garantizando el respeto de los derechos y la dignidad de toda persona”.

Terminan exhortando “de modo respetuoso pero enérgico, a las autoridades competentes para que respeten los derechos fundamentales de migrantes y refugiados tanto en el tránsito como en el momento que deciden asentarse en sus países”.

El “grito” final que brota de lo más hondo del corazón de Mons. Salazar lo dice todo: “Atendamos a los migrantes a su paso, en nuestros países. ¡Es Jesús sufriente que pasa!”.
Es un nuevo impulso a lo que estamos haciendo como Focolares en el acompañamiento a los migrantes aquí en Perú, como también en los Países vecinos y los de Centro América y México.

Por. Mons. Manuel Salazar – Costa Rica
Silvano Roggero – Perú

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Nuevo récord de emigrantes en la selva del Darién, con los venezolanos a la cabeza | Internacional (elmundo.es)

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