Periodismo en profundidad: Sueño de amor (Experiencia Venezuela)

Periodismo en profundidad: Sueño de amor (Experiencia Venezuela)

Fue desde muy jóvenes que nos conocimos. A veces pensamos que nuestras vidas estaban cruzadas por caminos similares preparándonos para nuestra aventura de amor. Estudiamos en el mismo colegio, tuvimos en algunos momentos los mismos profesores, caminamos por los mismos pasillos de nuestro colegio agustiniano. No estudiábamos al unísono (nos llevamos siete años de diferencia). Recorrimos las mismas calles por mucho tiempo, sin vernos, pues vivíamos en la misma urbanización.

Yo tenía 13 años cuando conocí a Jerónimo. No podía imaginar en aquel momento que sería la persona con quien me casaría. Nos hicimos buenos amigos. No hablábamos todo el tiempo, pero sabíamos que podíamos contar el uno con el otro. Ambos sabíamos que solo los dos podíamos comprendernos un poco más que el resto, sin saber la razón. Así comenzó un destino especial.

Desde entonces, y por 7 años consecutivos, cada 31 de diciembre, luego de las campanadas, él cruzaba a mi casa y leía las Uvas del tiempo, del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco. Y yo siempre esperaba que fuera así, y no de otra forma. Ambos llenos de sueños, ambos siempre armando todo un mundo interior, podíamos ser capaces de entendernos de forma única. Siempre, siempre, encantados, comiendo el mismo helado, en el mismo local, en la misma mesa. Y somos felices. Podríamos hablar horas y horas, y sigue siendo inagotable todo lo que nos queda por decir.

Ya casi han pasado 30 años desde que nos casamos. Vamos a todos los lugares de la mano. Ambos nos escribimos por WhatsApp, incluso en la propia casa para decirnos cuanto nos queremos. Nos entendemos de una forma que solo él y yo podemos captar. 

Nuestra mayor adquisición en casa, nuestros libros heredados de la familia, unas copas azules de mi abuela, unos platos rosados de mi suegra, todos los cuadros y nuestro reloj antiguo. Cada día suena. Es un reloj del año 1880, que con sus campanadas nos va diciendo las horas, una a una, nos recuerda que hay un tiempo para cada cosa, en sí eterno. Por siempre suena, nos regula, nos hace sentir en casa. Un día le dijeron a él que es autista. Más tarde, me dijeron que tengo rasgos autistas (eso que llaman fenotipo ampliado). Desde entonces ya no nos preocupa que no guardemos el arbolito de navidad en enero, pues cada noche nos relajan sus luces.

Somos silenciosos en casa, pero siempre escuchamos música. Yo, por ejemplo, cada mañana puedo repetir dos canciones muchas veces. Él, cuando está escribiendo, puede colocar la misma música que ha escuchado por años. Y tomamos en las mismas tazas de café, por siempre. Y somos felices.

No sabemos por qué, ya que realmente no somos muy sociables, pero nos buscan muchas personas. De algo estoy segura: que cada persona es una riqueza interior para nosotros. Quizás esa sea la respuesta. Nos importa el verdadero valor de lo sencillo, oler la lluvia, ver las flores. Sabemos muy bien sobre nuestros intereses más profundos, así que podemos disfrutar al máximo quiénes somos. Somos sistemáticos, de rutinas, de patrones. Somos autistas… cuánto nos une.

Somos autistas… no es una discapacidad, no es un trastorno. Nos dicen que es una condición. Sí, es intrínseco a nosotros. Entonces, vemos algunas cosas con más detalle, somos bastante sistemáticos, en realidad, hay muchos temas que nos encantan, de modo que podemos asociar muchas cosas, pero luego, en casa, tenemos que hacer listas de cosas sencillas porque se nos va la vida en abstracciones. 

Pienso, ahora que comparto con cada uno que lee, lo más difícil de sobrellevar es esta frase que nos han dicho: «es que tú estás y no estás». Es la mejor definición de nosotros a simple vista. A veces es duro. Con el tiempo ya no nos preocupa sobremanera, han ido pasando las crisis de ansiedad sobre cómo desenvolvernos. Nuestra dificultad sobreviene, muchas veces superada, por tratar de comprender desde el modo neurotípico. Entonces es un verdadero reto para nosotros entender a los demás, y sobrellevar el juicio en nuestros hombros acerca de nuestras características. Nosotros necesitamos nuestros silencios. Es curioso, pero mientras más nos respetamos a nosotros mismos, a nuestro ritmo, somos más felices… siempre.

Es controversial, a pesar de que hay muchos estudios sobre el autismo, que aún nos miren un poco raro… a veces me parece sentir el rechazo, ser neurodivergentes no es un problema. Es solo ser diverso. Es importante elegir las palabras correctas. ¿No es precisamente en la diversidad donde creamos puentes? Así, igualmente podemos ser felices.

Un rasgo: nuestra voluntad, perseverancia, amor en lo que creemos. Es difícil que desfallezcamos. Nuestros propósitos casi siempre, puedo decirlo, son altruistas. Y en el silencio de nuestro hogar, se escucha abrir un libro, unas teclas que suenan en la computadora, hojas digitales pasando una y otra vez, palabras sueltas, fractales, nombres, hojas de libros, sabor a tierra mojada y neblina, una oración, mirar a lo lejos, respirar profundo, sentarnos a contarnos el día, saber que todo va a salir bien.

¡Qué extraño!… un matrimonio en el espectro autista que se dedica a la labor docente. Un profesor universitario y una psicopedagoga. Un compromiso con nosotros mismos para una pequeña porción de humanidad que Dios nos da. Y luego, volvemos a casa, allí somos felices.

Un poema de Jerónimo, titulado Déjame con los pájaros:

Déjame con los pájaros ~ los que vendrán al final de la tarde ~ al final de todo ~ los que miran con mis ojos lo que nadie quiere ver ~ los que en su plumaje me ascenderán al olvido (a salvo de los fuegos artificiales) ~ los que como yo escuchan un rumor de hojas.

Ellos vendrán a mi jardín ~ con su nostalgia de sombra ida a pie ~ y preguntarán por el dueño de las palabras 

Yo diré entonces que las palabras son ojos que nunca se van a dormir ~ y ellos comprenderán que provengo de la caverna abandonada al fondo del espejo 

Déjame con los pájaros de la tarde ~ en el misterio de su canto… imposible

Un sí… un llamado especial a un matrimonio donado con lo más especial, nosotros mismos. En libertad, cada uno crece en un amor más dado en detalles, en tolerancia, en paciencia. El amor todo lo puede, todo lo espera, todo lo cree. Y sí, nos dolemos ante las injusticias, ante las miradas indiferentes cuando sabemos de la apariencia y de la frialdad.

¿Desafíos? Los que cualquier familia tiene en su día a día. No somos superhéroes. Nos tenemos el uno al otro, así que confiamos en el Eterno Padre, que no deja a ninguna familia desprotegida. Creo, la verdad, que tenemos muchos desafíos: vivimos en una sociedad a la que respondemos afrontando tantas carencias, y en la que hemos decidido quedarnos y seguir dando. Y así, también conseguimos ser felices, junto a nuestra maravillosa hija Katherina. Sabemos bien que en la aridez hay que cavar un poco más para encontrar el sentido de lo que vivimos.

¿Y qué podemos decir a tantas familias que conviven con la neurodiversidad? Lo primero, que cada vez somos más personas con condiciones diversas en la actualidad. Que no es prohibido vivir con una condición, que solo tú eres quien puedes decidir cómo llevar tu vida. Y vívela bien, con ganas. Otra cosa interesante: nos logramos reconocer los unos a los otros, ahora, con más frecuencia. Así que, si te pareces en algo a mí, ya no te sientas solo. Ya somos varios. 

Muchas veces decimos que, al final de nuestras vidas, nos vemos juntos en un banquito tirándoles maíz a las palomas. Así es como todo empezó. El amor no necesita de artilugios, necesita de lo más sencillo, donar el corazón con un te quiero, el que no se dice con palabras, el que camina todos los días contigo, el que llama por la ventana de la oscuridad, el que une tus manos cuando te arrodillas en un banco, el de la vela ya apagándose en los desvelos, en el hermano que deja su gota en una escalera de lucha, y la ves, y haces todo tu esfuerzo por devolverle una sonrisa. Pero quieres retirarte en el silencio, y guardar todo en tu corazón. Y así, luego pasan los años, y fieles al amor, puedes contar que siempre podremos rezar.

¡Todo lo vence el amor! 

Porque Jesús también está en el silencio. 

Por María Carolina Sariego de Alayón – Venezuela Psicopedagoga y orientadora familiar

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