Periodismo en profundidad – Colombia: No se puede revestir el dolor de asesinatos con odio ni venganza

Periodismo en profundidad – Colombia: No se puede revestir el dolor de asesinatos con odio ni venganza

El P. Ariel Torres Sanza de Florencia de Caquetá, párroco de la Catedral nos dona su testimonio sobre el perdón.

Padre Ariel, ¿qué significado en tu vida como cristiano ha tenido y tiene el perdón?

Tú eres un sacerdote, otorgas a través del sacramento de la confesión el perdón a los demás. Esto es algo maravilloso, pero aquí la pregunta es hacia ti. Tú, sacerdote cristiano, seguidor de Jesús, comprometido con un camino de unidad, ¿qué significado tiene el perdón? 

Cuando otorgo el perdón como sacerdote, pues estoy entregando ese perdón que la Iglesia me ha encomendado. El perdón que se brinda brota del propio corazón. Ese es el perdón, cuando brota del propio corazón y este genera también liberación, santificación, unión con Dios, porque en la medida que uno perdona, siente también la unión con Dios.

Padre Ariel, cuéntanos los hechos en los cuales esto se ha manifestado fuertemente en tu vida, en tu familia.

En mi vida y en mi familia hemos sido muy visitados por la presencia de Jesús abandonado, en el dolor. Cuando nos invita, la cita es sobre la cruz y precisamente sobre esa cruz me ha tocado vivir momentos difíciles y también acompañar a mi familia.

Yo soy sacerdote desde hace 23 años, cinco días precisos antes de mi ordenación, los paramilitares asesinaron a un tío muy cercano. Incluso él ese día había salido de su finca a la parroquia del pueblo para pedir permiso al sacerdote titular para que yo pudiera celebrar una de mis primeras eucaristías en su finca.

Él era un cooperador laico, como lo llamamos nosotros aquí en la arquidiócesis, significa que son los hombres que sirven en las comunidades de las veredas y hacen el puente entre la parroquia y el lugar, además organizan la catequesis, la preparación, el acompañamiento, los servicios fúnebres, ayudan en la evangelización del sector. Mi tío hacía parte de estos hombres que servían a la iglesia como cooperador laico.

Ese día ya con el permiso del párroco mi tío había convocado la comunidad, hizo bancas de guadua o bambú para entendernos, en los alrededores de la casa para que la gente se sentara, había destinado una novilla para el almuerzo comunitario, sin embargo; ese día los paramilitares lo abordaron y a los cinco minutos lo asesinaron.

Lamentablemente nunca encontramos su cuerpo porque una vez se conoció en el pueblo que era un cooperador laico que era muy reconocido, lo desaparecieron. Nunca lo encontramos.

Fue un momento duro, cinco días para mi ordenación, era ordenarme con esos sentimientos de dolor, de profundo dolor. Era postrarme sobre el suelo abrazando también a Cristo, a Cristo crucificado, abandonado. Ese grito de abandono y poder llevar dentro de mi corazón pues los sentimientos que vivía toda mi familia.

Recuerdo la primera eucaristía. Y yo no hacía sino ver el rostro de mi abuela, de mi madre, de mis tíos, de mi tía, de mis primos, de los hijos de mis tíos que estaban pequeños en ese momento. Y era verdaderamente abrazar ese dolor, el dolor de Cristo en la cruz.

A los pocos días de ordenado me enviaron para un municipio para que cuidara la parroquia. Un municipio cercano al lugar donde había sido asesinado. Y estando allá tuve la oportunidad de conocer a los paramilitares, los que comandaban en la zona. Pude saludarlos, preguntarles sobre la vida de mi tío que habían asesinado y pude darles la bendición. Para mí fue muy satisfactorio bendecirlos en nombre de Dios y perdonarlos en nombre de mi familia. A las pocas horas ellos fueron asesinados en un combate.

Pero quedó en mi corazón la serenidad y la paz de la unión con Dios por haber perdonado.

El dolor vuelve a golpear fuerte a la puerta tuya y de la familia a través de un hecho imprevisible. ¿Puedes contarnos qué pasó?

Sí, el 5 de octubre estábamos muy contentos de celebrar el cumpleaños de mi hermanito que tiene una discapacidad. Nos reunimos a medio día con la familia, mi mamá y mis tres hermanos, un momento de mucha alegría, de mucha felicidad, un compartir fraterno muy bonito.

Día de la celebración del cumpleaños, el mismo de la desaparición.

Pero preciso en ese momento, mientras estábamos reunidos, se estaba orquestando también el asesinato de mi hermano menor, Carlos Alberto Torres Sanza, todo fue planeado para robarle las pertenencias y el dinero de su vehículo que había vendido. Fue un dolor muy duro, a las 3 de la tarde estuvimos en una eucaristía de un funeral en la catedral de una persona cercana, mi hermano también nos acompañó.

Tengo presente el recuerdo que desde el altar lo observaba en cómo vivía la Eucaristía, incluso yo prediqué ese día sobre vivir en el tiempo que nos queda, porque el tiempo que nos queda es muy precioso y cada instante, yo prediqué sobre eso. Mi hermano estaba ahí presente, como a las seis de la tarde fue asesinado, nosotros no nos enteramos esa noche, hasta el otro día que nos llamaron de las instituciones donde él trabajaba y ya comenzó la búsqueda.

Un dolor impresionante, acompañar a mi mamá, a mis hermanos, a los dos días lo encontramos, lo habían botado en un río, lo sacaron de la ciudad de Florencia ya muerto, lo llevaron hasta este lugar, lo encontramos un domingo al amanecer. Después siguió todo este proceso de investigación, continuaron las capturas, nos tocó ir con mi mamá a ver las capturas en calabozos, vimos el rostro de estas personas, los vimos a los ojos y únicamente pudimos ofrecerles lo que teníamos, la bendición de Dios. Tanto mis manos sacerdotales como las manos de mi mamá, lo único que hicimos fue levantarlas y darles la bendición.

Nuevamente experimentar que sólo en el amor, se puede perdonar y quien perdona es muy libre, es muy feliz, se purifica, se santifica, quien perdona se une a Dios.

Entonces era ver también el rostro de Cristo en ellos, sentir el dolor por mi hermano, por su partida, pero la confianza en la misericordia de nuestro Padre, él ya está en el cielo. Duele tener que ver a estos hermanos nuestros, que son hijos también del único Padre y tener que ver en ellos el rostro también de Cristo abandonado, sufriente allí en el pecado, en el error, en el asesinato que cometieron. Pero como les digo, no teníamos nada más que darles, sino la bendición y entregarle a Dios nuestro dolor, vivirlo en plenitud porque es un hermano, es un hijo, es un pariente, ese dolor no puede desaparecer así no más. Que Dios nos dé la gracia de llevarlo hasta el día de nuestra sepultura y ofrecérselo a Él también. Pero ese dolor no lo podemos revestir, ni con odios, ni con resentimientos, ni con venganzas, le pedimos tanto a Dios que el dolor sea muy fuerte pero que no se revista de nada esto.

Nos piden también en la audiencia qué decimos nosotros y, nunca hemos pedido ni siquiera una indemnización porque la vida no tiene precio, es invalorable, tampoco años de cárcel porque no queremos que ellos estén allá porque nosotros lo queremos o lo exigimos. Si permanecen en una cárcel, el tiempo que la justicia diga es porque el mismo hecho los está condenando, es decir, son ellos mismos los que se están condenando. Los días o años que le den de cárcel, ellos mismos se lo están colocando por sus hechos y no porque nosotros queramos vengarnos en años de cárcel tampoco, únicamente perdonar y tener en nuestro corazón el dolor, pero en la paz de Dios.

Testimonio recogido por la redacción SNN

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