Más que un juego de palabras haber, hacer, ser diálogo

Más que un juego de palabras haber, hacer, ser diálogo

Por Osvaldo Barreneche

Para sumergirnos en el desafiante y exigente tema del diálogo, recurrimos a fragmentos del prólogo que el autor escribió para el libro recientemente publicado por Ciudad Nueva “Economía de Comunión, diálogo y bien común”, el cual reúne textos de la socióloga brasileña Vera Araújo durante lo que va del siglo XXI.

Pero ¿qué tienen que ver los tres verbos con el diálogo? En el mundo contemporáneo hay diálogo (haber). De hecho, hay mucho diálogo, de diverso tipo, con múltiples actores, en escenarios variados. Pero los resultados no son los esperados. Se puede hablar toda la vida sin que realmente logremos comunicarnos con nuestro o nuestros interlocutores. Bregar y propiciar un diálogo que reemplace el silencio hostil es sin duda un paso, pero no es suficiente.

Hay diálogo en el mundo, pero para que éste despliegue su capacidad transformadora y permita la innovación positiva de la realidad no puede hacerse de cualquier manera (hacer). Hay un hacer, hay una metodología del diálogo que, entre tantas otras posibles, es aquella a la que la socióloga brasileña Vera Araújo atribuye una eficacia particular, si es que logramos llevarla a cabo de la manera en la que nos es presentada, explicada y experimentada. El verbo hacer no puede circunscribirse o reducirse a una idea. Su esencia nos conduce a la experimentación. 

Quienes hayan estudiado la gramática de su lengua materna durante los años juveniles de formación escolar, como así también aquellos que hayan aprendido un idioma extranjero, seguramente se han topado con la centralidad de estos tres verbos: haber, hacer, ser. Cada uno con sus particularidades, sea en su conjugación como en su uso propio, o como auxiliar de otros verbos. 

Y esto nos lleva al tercero y más innovador y central de los tres verbos. Para que haya diálogo y que este se haga de la manera en la que se nos presenta es necesario ser diálogo. Frente a un mundo que dialoga de mil maneras y logra muy poco, la propuesta aquí es a la inversa. Primero tenemos que ser diálogo, es decir, interrogarnos en nuestra interioridad. Como seres relacionales, como personas, tenemos que indagar antes en nosotros mismos e identificar aquello que somos y tenemos para dar, y luego vincularnos con los demás. Como afirma Vera, “el diálogo ya está dentro de nosotros”. 

Luego de este primer paso, en la transición del ser al hacer, es imprescindible involucrarnos por entero, donarnos al otro y hacer buen uso de los instrumentos del diálogo que la autora nos presenta en un repertorio metodológico basado en la reflexión y en la práctica. Con todo ello pasamos del ser al hacer y creamos las condiciones necesarias para que haya diálogo. El haber, aquí, es consecuencia del ser y del hacer que son condiciones necesarias, aunque no exclusivas, del diálogo. Aun partiendo de la interioridad y con las herramientas para hacer, para construir el diálogo, este tiene que ser vivido, transitado. Se trata de una empresa fatigosa y no podemos garantizar un éxito anticipado. Dialogar requiere esfuerzo, resiliencia, superación de las frustraciones, gestión del conflicto. 

En torno al diálogo encontramos hilvanadas una serie de ideas, de conceptos, de experiencias, que lo arropan y nos lo hacen más entendible. 

Comenzamos por la pluralidad. Una de las tantas antinomias que la mirada de Araújo nos ayuda a superar es la que se tensiona entre unidad y diversidad. No se trata de una u otra sino de ambas, en una relación dinámica. Si bien unidad es la palabra clave hacia la que caminamos, nos acercamos cada vez más a ella por el reconocimiento de una pluralidad que pone en luz el valor de la diversidad para alcanzar la meta.

Ante la pregunta de por qué en un mundo contemporáneo donde parece prevalecer el individualismo y el egoísmo, la solidaridad sigue siendo una palabra clave, fundamental, en el vínculo entre las personas, entre los pueblos, en la humanidad toda, emerge la dimensión relacional de la vida, que marca una de las características imborrables de la convivencia humana. 

La solidaridad en sus diversas expresiones, que construye una nueva cultura de la fraternidad, también es posible por la dinámica de la reciprocidad. No son acciones unidireccionales. Van y vienen, constituyendo un don mutuo para quienes dan el paso de entrar en este vínculo relacional. Pero para que esto sea posible, Vera suma una palabra clave: la gratuidad. No es posible construir una nueva cultura a partir de intereses particulares o cálculos en el dar y recibir. Don y gratuidad son pilares esenciales en la consolidación de un camino hacia la unidad de los pueblos.

No se trata de una realidad idílica o edulcorada, ya que el conflicto existe y gestionarlo es uno de los desafíos, como mencionábamos antes. Existe otra antinomia compuesta por la teoría de la integración y la teoría del conflicto. Un análisis dialéctico de la realidad nos llevaría a profundizar y adherir a una u otra teoría. No debe ser necesariamente así. Por lo pronto, una cercanía a la idea de integración, que puede asociarse mejor con la palabra unidad que lo que nos representa el término conflicto, debe incentivar a abordar integralmente este último, en lugar de querer ignorarlo u ocultarlo. 

El conflicto es inherente a la existencia humana y, en sí, no tiene por qué atribuírsele una carga de negatividad tal que sea un impedimento absoluto para alcanzar la unidad. En tal caso no se trata de justificarlo ni apartarlo, sino más bien de “abrazarlo” para transformarlo. Abrazarlo, en este caso, nos remite a pensar una gestión del conflicto que permita superarlo, pues en las tensiones y desavenencias que anidan en su núcleo se encuentra también la salida. Basta querer buscarla y transitarla con toda nuestra inteligencia y también poniéndole el cuerpo, de manera que podríamos decir. 

¿Quién y cómo hacer esto? Sin duda todos podemos hacerlo. Pero si de un análisis conceptual se trata, Araújo señala la figura del “científico social de la unidad”, quien debe estar preparado para ello. Y el cómo viene explicado en la palabra clave de este texto: el diálogo. 

Otro binomio antinómico es el de persona-individuo o, mejor dicho, persona-sociedad e individuo-sociedad. La modernidad es el momento donde estos dos términos o pares de términos entran en contradicción, en disputa. Pero luego de algunos siglos donde la centralidad del concepto de individuo ha primado, la crisis actual nos invita a revisitar la identidad y sociabilidad inherentes a la “persona” comprendida integralmente, es decir, en relación con su interioridad, con el trato con otros, con el vínculo creado con el medioambiente y, finalmente, con la idea de Absoluto. Partiendo nuevamente del binomio persona-sociedad, abarcándolo en su totalidad y sumándole la densidad de significado que ha adquirido la idea de individualidad, se puede pensar en la construcción de una cultura de la relación que nos ayude a superar los egoísmos y disputas estériles intrínsecos a una defensa a ultranza de una individualidad refractaria al bien común.

Los textos de Vera Araújo nos llevan a afrontar al menos tres cuestiones propias de la condición humana: la identidad y el diálogo con la alteridad; la interacción y el conflicto; y el pluralismo y la pertenencia universal. Y si bien es cierto que la socióloga da una amplitud planetaria a sus discursos, la realidad específica de nuestra América latina y el Caribe no está ausente o diluida. La problemática regional de la desigualdad es puesta en el centro del debate como lo hace también con la cuestión de las minorías, y se ponen en evidencia los actuales “gritos” de la humanidad, de la tierra y de las nuevas generaciones, y a dar respuesta a ellos.

Pero volviendo a la palabra clave, el diálogo, vale resaltar un fragmento del discurso de Araújo en Angola en 2005: “el diálogo exige idoneidad, honestidad, estima, simpatía, benevolencia por parte de quienes lo establecen y requiere una serie de virtudes humanas y espirituales, como la aceptación, la escucha, la atención, la claridad, veracidad, dulzura, prudencia, confianza, que pueden ser sintetizadas en una sola palabra: amor, amor en su máxima densidad, como capacidad de dar y recibir, de crear reciprocidad e intercambio, migrando de nuestro yo para entrar en el otro. El amor como verdadero arte de la convivencia. Finalmente, como contenido y método de diálogo”.

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