¿Dónde colocamos nuestra inteligencia?

Por: Susana Nuín

Puede sorprender que nos preguntemos dónde colocamos nuestra inteligencia. Suponemos que todos la poseemos bastante y así vamos caminando como podemos. En cambio, cuando nos hacemos esta pregunta la hacemos desde la conjunción del cerebro y el corazón. Allí donde se unen la mayor cantidad y el caudal más importante de neuronas.

Antes pensábamos que las neuronas estaban solo en el cerebro, hoy los científicos afirman que tan importantes como las neuronas del cerebro, son las que habitan en nuestro corazón. ¡Qué maravilla cuántos nuevos descubrimientos!

Pongamos atención también a lo antiguo, ya que el pueblo judío consideraba la centralidad del corazón en la comprensión de las realidades y el Antiguo y Nuevo Testamento están concebidos desde allí.

Hoy en día, se da un descubrimiento que es un avance y un regreso a la esencia. Lo esencial pasa por estos dos tejidos neuronales, el cerebro y el corazón. De ahí que nuestra inteligencia tiene nuevas formas de ser y nos lleva a comprender el mayor significado de la sabiduría pedida por Salomón a Dios.

Se trata de comprender que la inteligencia es, sí es sabiduría de ser y de vida, si no es así es mera inteligencia, que debería ir siempre unida a esa realidad corporal y espiritual.

Si ubicamos nuestra inteligencia en esta intercesión del corazón y el cerebro, en la esencia de nuestra persona y en el don de Dios de la sabiduría, podremos comprender mejor la importancia fundamental que tiene aprender cada día, hasta el último de nuestra vida, que la dinámica a la que todos estamos llamados es a vivir, a empezar en cada momento la vida y a saber siempre recomenzar. Parece que el recomenzar lleva un perfume de equivocación, y es en cambio la mayor inteligencia sabia para estar siempre sin detenernos en esa dinámica.

Siempre se puede recomenzar en la vida, siempre se puede superar lo aparentemente insuperable. La Vida es siempre superior a cualquier instancia, ya sea traumática, oscura o dolorosa. La Vida es posible si nuestra inteligencia sabia sabe comprender que en cada momento se renace, recomenzando, haciendo la vida posible.

Ahora sabemos que esas decisiones transitan de nuestro corazón al cerebro y viceversa, que corren por los senderos de la misericordia, y sobre todo del regocijo de un Dios que no se pregunta cómo fue el camino, sino por el caminante sin tregua. De aquí que afirmamos que tenemos fortalezas que no siempre somos capaces de ver y registrar. Los testimonios, nuestro baluarte como revista, nos llaman desde distintos ángulos a estar en esta dinámica.

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