Marian Rojas Estapé: «Dejemos de esquivar el dolor a toda costa»

Por Cristina Miguens y Carolina Cattaneo
La reconocida psiquiatra española (…) compartió su mirada sobre los consumos actuales, el sentido de trascendencia y las redes vinculares en la salud.

Durante los veranos y recién recibida de médica, Marian Rojas Estapé acompañaba a su padre, el reconocido psiquiatra español Enrique Rojas, en las sesiones con sus pacientes. Él la convocaba para, como se dice en la jerga terapéutica, “pasar consulta” juntos. Con 22 años y un título flamante, Marian se quedaba un rato a solas con las personas en el consultorio. Tras una de esas ocasiones, el padre le preguntó a su hija: “Marían, me ha comentado el paciente que le has dicho algo que le ha ayudado mucho. Dime qué es». Todo lo que ella había hecho era explicarle a ese hombre, en detalle y con dibujos, lo que sucedía en su mente, qué mecanismos cerebrales estaban involucrados, qué sucedía con sus emociones y cómo todo eso le estaba afectando. Así descubrió Marian la brújula que la guiaría en su camino por la medicina y la salud humana, haciendo de la frase “Comprender es aliviar” su leitmotiv y de la difusión, un apostolado.

En libros, videos, podcasts y redes, comparte las bases científicas del funcionamiento del cerebro humano y cómo ese complejo circuito de neuronas y receptores se relaciona con las emociones, la vida afectiva y espiritual. Su primer libro, ‘Cómo hacer que te pasen cosas buenas’, llegó a 40 ediciones en España; en Instagram agrupa 3 millones de seguidores y en su reciente visita a la Argentina tuvo un recibimiento a sala llena en la Feria del Libro.

Mamá de cuatro hijos de dos a ocho años, Marian llegó a la Argentina para presentar su tercer trabajo, Recupera tu mente, reconquista tu vida (Planeta). Allí profundiza en el rol de la dopamina, hormona del placer y la relajación, y el impacto negativo que sobre ella tienen las redes sociales, los videojuegos, el tabaco, el alcohol, las drogas y la pornografía. Con lenguaje llano, datos, casos y gráficos, explica que el consumo de cualquiera de estas cosas provoca liberación de dopamina y cuando esa liberación se da en exceso, el cerebro reacciona en consecuencia: pide más y más de aquello que le generó placer y así se instala la adicción.

“Cada vez más buscamos recompensas inmediatas (…) La sociedad de hoy se caracteriza por la vida intensa y agitada”, describe en las primeras páginas. “Esta vida se ha vuelto peligrosa en muchos aspectos porque hemos puesto el acelerador a pleno gas y perdido la capacidad de parar, de profundizar, de contemplar, observar y prestar atención”. Sin esto, asegura, somos incapaces de darle un sentido más profundo a nuestra existencia. En su estadía en Buenos Aires hablamos con ella.

Marian, en tu libro varias veces hablas del sentido de la vida, incluso citas al psiquiatra Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido.

—Claro. La felicidad depende de levantarnos por la mañana con un sentido. El problema es que la mayoría de la gente no sabe por qué se levanta cada mañana. Y cuando no hay sentido, a nuestra mente, nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro corazón, no les gusta vivir en el vacío, en la nada, en el vértigo, y buscan sustituir sentido por sensaciones. El problema es que las sensaciones suelen ser dopaminérgicas (N de la R: que estimulan la dopamina) y cuando tú sustituyes sentido por sensaciones, a la larga entras en un gran vacío existencial porque no te llena del todo, te cubre, te anestesia, pero no te da ese sentido de vida.

Tu trabajo ahonda en cómo los videos de redes como TikTok “se roban” nuestra atención y cómo el algoritmo está diseñado para darnos cada vez más de lo que vemos. Pareciera que nuestra sociedad es autodestructiva.

—Más que autodestructiva, a nuestra sociedad le importa que consumamos sin parar y sin reflexionar sobre lo que consumimos. Da igual que sean series, comida u horas de TikTok. ¿Es malo ver series? ¿Es malo TikTok? Lo malo es cuando consumes sin saber lo que consumes, fruto de una sensación de vacío, de que no eres capaz de gestionar tu vida, como vía de escape. Todo el mundo quiere vender; recuerdo una entrevista que le hicieron a un jefe de Netflix y le preguntaron «¿Quién es tu principal competidor?» y él dijo: «El sueño». No les importa que descansemos. Y el sueño es básico, quien no descansa tiene un deterioro en su sistema inmune y en su inteligencia emocional, en su capacidad de prestar atención, en su corteza prefrontal. (…)

Eres una divulgadora muy activa. ¿Por qué te parece importante que sepamos lo que nos pasa químicamente en el cerebro y emocionalmente en el cuerpo?

—Pasando consulta con mi padre entendí que comprender es aliviar, y ahí me di cuenta de que, en un mundo como España, si tú no explicabas la base científica, la gente no te creía. Yo era jovencísima, y tenía que encontrar una manera de que el paciente dijera «Te creo». Entonces empecé a investigar neurociencia como una loca. En mi conferencia Mentes expertas «De la neurona la emoción», hay una diapositiva que dice, por un lado, “Neuronas”, y por el otro, “Emoción”. Debajo de la palabra neurona enumero: «microbiota, telómeros, cortisol, inflamación, neurotransmisores». Y debajo de «Emoción», «trauma, apego, voz interior, cimientos emocionales». Entendí que la clave era unir estos dos mundos. Si solo te quedas en lo psicológico, pierdes la base neurocientífica. Y viceversa. El otro día hablando [de una paciente] con una psiquiatra que aprecio mucho, pero para quien todo son receptores y análisis de neurotransmisores, le digo «que el problema es que se siente sola», «que no Marian, que es que tiene los niveles de no sé qué», «Que no, que necesita cariño, por Dios. ¡Déjate de neurotransmisores!”. Hay que cuidar el alma. Esa alma, ese espíritu que nos hace seres con capacidad de trascendencia, de ver más allá.

¿Qué pasó con las religiones, con lo trascendente?

—Punto número uno: en un momento dado, la religión mandó un mensaje de «todo está prohibido», que no ayuda en un mundo donde solo se quiere sentir placer. Punto número dos: gente relacionada con la religión no lo hizo bien. Punto número tres: las personas decidieron que todo tenía que ser científicamente demostrado. Y lo que no estaba científicamente demostrado, era falso e inventado. En mi caso, lo espiritual es clave. Hay cosas en esta vida que son psicológicas, que son físicas y que son espirituales, y la mayor parte tienen un componente de las tres. No se pueden separar. Sin la parte espiritual, me parece que la vida se queda muy vacía. A mí me ha ayudado mucho entender que hay algo más. Pero eso requiere frenar y hacerse preguntas. (…)

¿Por qué despojamos de la vida el aspecto espiritual?

—Porque para llegar a lo espiritual hace falta corteza prefrontal. Hace falta frenar y meditar, frenar y trascender, frenar y hacerse preguntas. Si la corteza prefrontal está bloqueada, dañada o anulada, no llego a ese estado. Todo está diseñado para no frenar, consumir rápidamente sin reflexionar sobre lo que consumimos. Depende de cómo quieras conectar con la trascendencia, porque habrá gente que conecte con un ser superior, otra que conecten con la belleza, con la naturaleza, con el amor, con el agradecimiento, pero para llegar a eso hay que parar.

«Han surgido últimamente numerosos estudios que afirman que la meditación, la oración o las prácticas religiosas conllevan cambios en la actividad cerebral», escribe Marian Rojas Estapé en su último libro.

Dices que la atención está muy relacionada con la capacidad de asombrarnos, y ante tantos estímulos externos y distracciones, también la perdemos.

—Yo soy una gran defensora del asombro, porque en el asombro nace la creatividad y las ganas de aprender. Si no tienes ganas de aprender, pierdes la ilusión por la vida. Toda esta digitalización masiva y su estimulación te hace un ser pasivo, y nadie ha descubierto nada importante en un momento frenético de hiperactividad. Los grandes descubridores a lo largo de la vida paraban, reflexionaban, se aburrían, miraban al infinito, practicaban y se equivocaban. El cerebro necesita parar para divagar, porque mientras divagas te asombras y vuelves a crear preguntas.

En el libro mencionas que la sociedad cambió nuestra tolerancia al dolor y que huimos del sufrimiento.

—Hay un capítulo que se llama «Abraza el dolor», es que el dolor existe. ¡Dejemos ya de esquivar el dolor a toda costa! La vida tiene un componente de sufrimiento. Hay que saber que forman parte de la vida y que a veces nos hacen crecer. Cuando sufres y sabes encauzar ese sufrimiento, te conviertes en una persona mejor. Y es que el sufrimiento te hace bajar del pedestal, te ayuda a conectar con las personas. Cuando todo te va bien, te alejas de la realidad, te alejas del que sufre. Es más, muchas veces nos cuesta escuchar a la gente que sufre. Entiendo que hay veces que nos tenemos que proteger de ciertas cosas, pero no podemos estar todo el día huyendo del sufrimiento. (…)

Todo esto está pasando. Y, por otro lado, también hay un cambio de conciencia muy grande. Gente conectada, queriendo ayudar a los demás. ¿Hay algo que te emociona de eso?

—Yo soy una persona con un optimismo inmenso, que sí, que creo que hay cosas muy buenas que están sucediendo. Se está moviendo algo, o sea, gente buena, gente joven que se va a hacer voluntariado. Movimientos que nacen en pro de los demás, de la gente que está sola, de la gente que sufre. De repente, en los momentos más inesperados surgen personas que hacen que el mundo sea un lugar querido. Y siempre ha sucedido a lo largo de la historia: de repente hay gente que salva, que se juegan la vida por… Me encantan esas historias donde de repente una persona random del mundo hace algo por crear algo para ayudar a personas que sufren y eso creo que sí que está sucediendo. Hay mucha más conciencia de ayuda. Yo pongo de pauta a mis pacientes la solidaridad. Yo les indico psicoterapia, farmacoterapia, socioterapia, laborterapia, biblioterapia, es decir, como trabajo, tienes que leer. Y digo: «¿Qué vas a hacer por ayudar a los demás? Te vas a un comedor, al hospital de Oncología a acompañar a los pacientes, a ver a alguien mayor a una residencia de ancianos y le dedicas los sábados una hora por las mañanas». Cada cual con sus circunstancias. Pero la consigna es «sal de ti mismo». Haciendo. A mí me ha salvado a lo largo de mi vida hacer cosas por los demás. Yo ayudaba lo que podía porque al final no haces tanto, pero la sensación de vuelta es inmensa. Te cambia tanto, te hace cambiar tanto tus valores, tu escala, que a mí eso me fascina.

Fuente: https://www.sophiaonline.com.ar/marian-rojas-estape-dejemos-de-esquivar-el-dolor-a-toda-costa/

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