Recibimos una llamada telefónica desde Manhattan (sí, Nueva York) de Saverio y Nilce, quienes nos contactaron porque estaban inmensamente agradecidos por el apoyo que les dimos en Perú, cuando prácticamente vivían en la calle con su hijo (y con otra criatura en camino porque, cuando los conocimos, la mamá tenía 6 meses de embarazo). Fue una llamada telefónica que nos dio mucha alegría y que nos permitió saber todo lo que vivieron y que nos quisieron contar con detalle, sobre su viaje de tres meses, de Lima a Nueva York, cruzando la tristemente famosa selva del Darién (frontera entre Colombia y Panamá) y luego el recorrido de toda Centroamérica.
Pero volvamos por un momento, a los inicios. Era el mes de febrero de 2023. Una joven se presentó en la puerta del Centro JCD, con todas las apariencias de una mendiga, acompañada de un niño; y nos dijo que en una plaza cercana le habían dicho que en esta dirección «ayudan a los venezolanos». Buscamos información del caso, hicimos algunas llamadas y nos enteramos de que desde hacía dos meses la familia había llegado de Colombia donde no les había ido bien. En Lima pagaban un hostal para pasar la noche ($ 10), por lo que durante el día salían a vender dulces (ella) y a limpiar los cristales del coche (él) para pagarlo y poder alimentar al niño. Cuando no podían pagar el albergue, dormían en una plaza, ¡a la intemperie! Por supuesto, al principio les dimos apoyo para comida, un colchón y el alquiler de una habitación; luego los invitamos a ser atendidos en nuestro consultorio ya que el embarazo de Nilce era de alto riesgo, y pudimos ayudarlos con medicamentos que teníamos en stock. Al mismo tiempo, pudimos ofrecer un par de trabajos de pintura a Saverio, confiándolo a uno de los nuestros.
Un equipo que, trabajando en conjunto, realizó sobre todo una «tarea educativa» con él ya que no tenía buenos modales, tampoco un lenguaje apropiado y de esa manera nunca habría encontrado un trabajo. Así, milagrosamente, encontró uno, con un sueldo digno y puntual, en un restaurante exclusivo. ¡Y no solo eso, gozaba de la plena confianza del jefe!, que en ese clima xenófobo que se vivía no era poca cosa. ¡Entonces nació Daniela!
Pero su sueño era llegar a Estados Unidos, donde un primo los atrajo con entusiasmo, aunque Saverio era muy apreciado y se le pagaba regularmente en el trabajo, que es poco común entre los migrantes venezolanos en Perú. A pesar de que todo el mundo (empezando por la agencia de la ONU para los refugiados) desaconsejaba ese viaje, se embarcaron en esa aventura.
Una fe que sostiene
El viaje duró unos 3 meses, durante los cuales creció su confianza en Dios Padre. Se despidieron de nosotros y se fueron cuando Daniela, que nació prematura a los 8 meses, sólo tenía tres meses. Los encomendamos a Dios y de vez en cuando, cuando podían, nos enviaban noticias.
El primer gran (y muy peligroso) obstáculo fue la travesía de la selva y el lodazal del Darién: «Pasamos 3 días y 3 noches en el Darién. A este punto nos habíamos quedado sin dinero para pagar los guías…, pero Dios nunca nos abandonó”. Estando en el Darién, en el camino encontramos un pequeño paquete en el suelo con 600 dólares, no sabíamos a quién pertenecía… El guía me lo quitó y me dijo: ¿es tuyo? Y yo le respondí: ¡claro que sí! Y me dijo: si me dices cuánto dinero es te lo doy, y le respondí de inmediato, aunque no tenía idea de cuánto era: ¡esto son 600 dólares y es mío! En ese momento, un poco milagrosamente, me los entregó. Para nosotros fue una bendición de Dios porque ya no teníamos nada. Con esto pudimos pasar por todos los países de Centroamérica hasta llegar a México.
Pero en el camino, en Costa Rica, la bebé se enfermó, contrajo neumonía. Varias veces fue hospitalizada, pero nunca perdimos la fe en Dios, ¡incluso cuando nos dijeron que no sobreviviría! En ese momento, un poco inconscientemente, pero confiando en Dios, decidimos no dejarla más en el hospital y continuamos el viaje.
Llegamos finalmente a México donde inmediatamente presentamos la solicitud para ingresar legalmente a los Estados Unidos. Durante un tiempo estuvimos viviendo a la intemperie, en una tienda de campaña, y salíamos a vender dulces para alimentar a nuestros hijos, hasta que decidimos tomar el tren que nos llevó a la frontera con Estados Unidos. A ese tren lo llaman «la Bestia» o, incluso, «el tren de la muerte», porque hay que viajar en el techo y nosotros, con los dos niños, teníamos mucho miedo; también porque ya habían perdido la vida varios migrantes. Justo cuando habíamos tomado la decisión de hacerlo, conseguimos una cita para poder entrar a los Estados Unidos con regularidad y, la Providencia del Padre, nos hizo conocer a personas que nos ayudaron. Una señora mexicana se acercó a nosotros y al conocer nuestra situación nos ofreció boletos de avión a Nueva York. Allí nos llevaron a una casa para refugiados, que son hoteles, y de ahí todo cambió. ¡Saverio y Nilce hablaban como nunca lo habían hecho!
Perseverancia y gratitud
Saverio encontró un trabajo fijo en el mantenimiento de un edificio. Ahora trabaja de martes a sábado y por lo tanto tiene dos días libres, se están tramitando sus documentos, todo es legal. Allí en Manhattan, los médicos trataron muy bien a la bebé y les dijeron que, por sus rasgos, sufría del «Síndrome de Down», pero que era leve, la operaron del corazón y salió muy bien.
Los médicos les explicaron que, al nacer a los 8 meses, tenía que haber estado en una incubadora, por lo que corrigieron el problema cardíaco y ahora la bebé se desarrolla normalmente. El niño mayor estudia, con un poco de dificultad, porque todos los compañeros hablan inglés.
Nos llamaron porque quieren que todos los que los apoyamos en los momentos más difíciles en Lima sepamos que ahora están bien. Quieren seguir en contacto con todos nosotros.
Por nuestra parte, hay que dar gracias al Padre. Esta familia se ha aferrado tanto a Dios que ha sido capaz de superar las muchas dificultades que han sufrido. Ha sido un milagro tras otro. Nos dijeron que ya están pagando impuestos al Estado; por lo tanto, no tienen miedo de las deportaciones anunciadas porque están trabajando legalmente y están completando los últimos trámites. Ahora también Saverio habla amablemente. Hay gratitud hacia todos los que los ayudaron.
Asisten a una iglesia donde han recibido mucho apoyo y ahora se les pide que cuenten este testimonio como migrantes, de cómo Dios los ha protegido.
Nos dio tanta alegría la última noticia que nos comunicaron: se casaron y nos enviaron las fotos de la boda. Nilce nos contó que habían escrito en un cuaderno lo que habían vivido y vivían, como un «cuaderno de bitácora», por eso pueden compartir esta experiencia.
Por Coromoto Abreu- Venezuela