Era de noche y regresaba cansado a casa después de un día muy ocupado en la facultad. De pronto recibí una llamada de mi buen amigo Horacio, y no dudé en contestar. Siempre me da gusto escucharle, pues cada vez que me llama está acompañado de proyectos estimulantes. Ambos, como economistas muy activos, sabemos que cada propuesta que ponemos sobre la mesa es el inicio de algo extraordinario, y esta vez no fue la excepción. Me habló sobre la posibilidad de un apoyo para que Samuel Calderón, un compañero de la facultad, y yo, viajáramos a Brasil durante una semana para asistir a una escuela de economía.
La noticia me tomó por sorpresa y me llenó de una emoción inmensa. En ese instante agradecí a Dios por la amistad con Horacio y por la oportunidad que me ofrecía. Sin perder tiempo, inicié los trámites de mi pasaporte, y en cuestión de días todo estaba listo. Me mantuve sereno y con cabeza fría durante el proceso, confiando plenamente en que todo se concretaría.
Yo no conocía el Movimiento de los Focolares, por tal razón, para participar en este encuentro Horacio, a través de sus experiencias, nos habló del Carisma de la Unidad y de lo que era una Escuela de Economía de Comunión. Nos habló de los temas, de la gente que conoceríamos, de la comida y, con cada relato, aumentaba mis ansias por vivir aquella aventura.
Atravesar el continente
Llegó el día tan esperado. Samuel y yo partimos rumbo al aeropuerto con una mezcla de emociones difíciles de describir, pero sobre todo con fe. Horacio nos acompañó a despedirnos con su característico carisma y calor humano, dándonos el último empujón que necesitábamos para lanzarnos con disposición total al aprendizaje.
Con el corazón lleno de gratitud, nos despedimos de nuestras familias y emprendimos un largo viaje de más de doce horas entre avión y auto. La emoción era tanta que apenas pudimos dormir.
Finalmente, llegamos a la Mariápolis Ginetta, en Brasil. donde iba a ser el encuentro. Un lugar maravilloso que siempre llevaré en el corazón. Yo estaba exhausto y lo único que quería era dormir, pero todo cambió cuando, al llegar, nos recibieron con sonrisas
y un cálido “bom dia”. Esa descarga de energía me contagió al instante y me dio fuerzas incluso para ayudar a los organizadores. La calidez de aquella gente era realmente impresionante. Por recomendación de Horacio fuimos a visitar la Espiga Dourada (panadería, precursora del proyecto EdC, que encarnó la visión, los valores y el impulso de este nuevo enfoque revolucionario en la economía), allí degustamosel delicioso pão de queijo acompañado de un café exquisito.
Iniciamos formalmente el encuentro. Llevo cinco años estudiando economía en la universidad y pensaba conocer las mejores alternativas para la vida. Sin embargo, a veces los estudios académicos pueden limitar la mirada. Llegué con una visión analítica y ortodoxa de la economía, pero poco a poco, con cada actividad, fui comprendiendo el carisma de la Economía de Comunión, no solo como un modelo inspirador, sino como una auténtica alternativa de acción para transformar la realidad.
El plus de la Economía
El momento crucial llegó cuando visitamos una casa de rehabilitación para personas con adicciones. Allí conocí muchas historias, no de tragedia, sino de esperanza y superación. Compartimos el pan, reímos, rezamos, cantamos y conversamos. Aunque el idioma parecía una barrera, el deseo inmenso de vivir la comunión rompió cualquier obstáculo, y sentí que todos hablábamos la misma lengua.
A partir de esa experiencia, comencé a entender la escuela no solo como un aprendizaje económico, sino como una forma de vida. La convivencia con diferentes personas que hoy guardo en el corazón, me mostró lo que significa vivir en verdadera comunión.
La Ginetta me regaló una de las experiencias más hermosas de mi vida. Estoy infinitamente agradecido con Chiara Lubich por haber inspirado y fundado este Movimiento, con mi amigo Horacio, por considerarme para esta aventura; y de manera muy especial con su familia, que me ayudó tanto y siempre me hizo sentir como en casa.
También agradezco profundamente a mi familia, que me apoyó para poder llevar algo extra conmigo y vivir esta experiencia con mayor tranquilidad. Asimismo, agradezco a mis benefactores, por hacer posible el viaje, y a cada persona que conocí por brindarme compañía, afecto y testimonio de vida.
Hoy más que nunca asumo un compromiso con la sociedad. Lo aprendido me impulsa a generar un cambio y me comprometo a que, en el futuro, seré yo quien apoye a otros jóvenes para que vivan experiencias que enriquecen el alma. No es necesario cruzar el mundo para acercarse a Dios y al carisma de la comunión.
Al regresar de Brasil, junto con Horacio y Samuel, participé en la Ginetta de México (el Diamante), y fue igualmente una experiencia de gran gozo. Invito a otros jóvenes a que estés donde estés, siempre es posible construir comunión y transformar realidades.
Por Felipe De Jesús Orduña Espinoza- México

