Soy Antonio Garay, originario de Usulután, El Salvador, miembro de la comunidad de Los Focolares en mi ciudad. Conocí el Movimiento cuando era adolescente y participé en rama Juvenil del Movimiento donde profundicé y practiqué la espiritualidad de La unidad de Chiara Lubich. Recuerdo que en aquel momento Chiara hizo un llamado a todos los jóvenes del mundo a construir la “Revolución de amor”, al que adherí con entusiasmo.
Como todos los jóvenes de mi época, una vez finalizada la educación media migré a la capital de mi país para realizar estudios universitarios y trabajar, y así poder costear mi educación superior.
Me encontraba con muchos vacíos personales, existenciales, que en mi adolescencia no había logrado entender y madurar; como un invierno intenso que tomaba cada vez más fuerzas dentro de mí, que me hacía perder la alegría y la luz de la simplicidad de la vida y del carisma que había aprendido a vivir. Me faltaba la unidad conmigo mismo.
Esas luchas internas de vacío, me hizo cruzar la frontera frágil al consumo de Alcohol ocasional, que al principio me daba una falsa estabilidad y que, con el correr de los años, en mi vida adulta, se convirtió en una pesadilla que no podía detener, afectando mis relaciones familiares y de comunidad. Lo que comenzó con alegría pasajera que podía controlar, se apoderó de todo.

La fuerza de la comunidad
Aunque nunca dejé de trabajar y de asistir a los encuentros de la Iglesia, la frustración del consumo que va perforando la dignidad humana, me perseguía y no me dejaba vivir. La comunidad de los Focolares en mi ciudad empezó a darme luces de aviso concretos sobre mi vulnerabilidad en el consumo y me ofrecieron hacer una experiencia de un año en la “Fazenda de la Esperanza de Guatemala” para intentar tratar de resolver mi problema de adicción.
No sabía con certeza a lo que me enfrentaría, pero decidí sin vacilación dar el paso. Para mi sorpresa, dentro de la Fazenda, la metodología y herramientas que se practicaban en el proceso de recuperación eran aquellas que había aprendido en la espiritualidad de Los Focolares y que había practicado en mi adolescencia: podía hacer coloquios, comunión de almas, compartir experiencias de la Palabra de vida, vivir y realizar por amor cada aspecto de la vida (el trabajo, las relaciones personales, la oración, cuidar la salud y vida física, el descanso, la limpieza personal y comunitaria, el estudio, la comunicación tanto en la Institución como con mi comunidad del Salvador que acompañaba mi proceso), todo, todo ante los ojos de Dios tenía el mismo valor si se hace por amor. Desde allí empecé a sanar aquello que no me dejaba avanzar; fue en esa “decisión libre” de cambiar el rumbo de mi vida con lo que inició mi reconstrucción de hombre nuevo.
La vida comunitaria llenó mis vacíos, fortaleció mi fe y regresé a Dios como ideal de vida, como el único bien y verdadero de la existencia. El consumo perdió su sentido, porque encontré en Dios la verdadera paz y libertad. Así como María, yo también di mi “Sí” a este nuevo nacimiento de Esperanza viva.
Todos los días era testigo de los milagros que acontecían en la Fazenda. Así como yo también los demás daban sus pasos concretos: algunos subsanaban diferencias de relaciones, otros decidieron realizar el sacramento de confirmación y primera comunión; se vivía la comunión concreta de bienes, por ejemplo, uno donó sus únicos zapatos a otro que no tenía porque había vivido muchos años en la calle y no poseía nada; o, cuando alguien se enfermaba siempre había quien lo cuidara como si fuera una madre que lo asistía. Ninguno de mis compañeros realizaba semejantes actos de amor concreto antes de iniciar el proceso de recuperación, sólo el Amor de Dios los llevaba a tanto. Logramos tener una mirada de amor reciproco que nos ayudó a seguir adelante.
Debo admitir y agradecer a otras personas que han caminado conmigo en esta recuperación, que fortalecieron mi alma, que dieron su tiempo para escucharme, que oraron por mí; con quienes pude reír y llorar: Los Focolares de El Salvador, Voluntarios de la Fazenda de Guatemala y las Misioneras Dominicas del Rosario en San Miguel Chicaj.
Compromiso de vida
Al terminar mi experiencia sentí el llamado a convertirme en un “ES”, Embajador de la Esperanza, como nos llamó el Papa Benedicto XVI, en una visita a la Fazenda madre en Guaratinguetá, Brasil. Así pues, me convertí en el primer “ES” de mi país, EL Salvador.
Esta experiencia hecha en la Fazenda marcó toda mi vida. Dios sembró en mi corazón el deseo de ayudar a otros, donar a otros lo que yo recibí, a ayudar a otros a reencontrar el camino y regresar la Esperanza que es Dios mismo.

Entendí que Él me invitaba a una vida con mayor profundidad y compromiso. Para ello tenía que comenzar una experiencia de formación vocacional en Brasil, en Guaratinguetá, en la Escuela Misionaria Oasis. También a mí Jesús me pedía “dejar”, “renunciar” concretamente. Ahora tenía yo que encontrar los medios económicos para realizar el viaje. No fue fácil, pero con la ayuda de Dios, lo logré.
He finalizado mi proceso de discernimiento vocacional en la Escuela Oasis, me encuentro misionando en la Fazenda de Guartinguetá Pedriñas como Padrino de una de las casas de acogida de aquellos que recién inician el proceso de recuperación de un año; es un espacio propicio para vivir lo que Chiara nos propone como ideal de nuestra vida; ser una pequeña María, ser una Madre para nuestro prójimo, para aquellos donde encuentro el rostro sufriente vivo de Cristo que me invita a reavivar la esperanza en ellos. Puedo amar concretamente y testimoniar ese amor que transformó mi dolor en esperanza y mi vida en una misión de amor.
Por Antonio Garay- El Salvador
