Por Juan Rafael Diaz– Puerto Rico

“El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o que se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo”
Conocí la obra de María cuando era un niño de 10 años. Vive en mi memoria una experiencia de Mariápolis (1) parroquial que se celebró en mi parroquia en el 2010. El calor de familia sesentía; lo percibí muy vivo, lleno de amor y de común-unión.
Desde ese entonces, al notar esta experiencia como algo diferente, humano y que es abierto a todos, formé parte de esta familia de la que me complace siempre conocer y crear lazos de unión, de amor con todos ustedes que vienen de distintas partes de la isla y del exterior.
La obra de María, me abrió puertas a otros eventos donde conocí muchos hermanos que trabajamos por el mismo ideal que recuerdo y guardo en el corazón. En el 2015 participé en un campamento de Verano Gen-3 (2) en Mariápolis Luminosa (3), de la que tengo marcada como mi primera salida de Puerto Rico. Hubo participación de Puerto Rico, Estados Unidos y un canadiense también hizo presencia. Desde el 2017 aproximadamente, he tenido estos 3 encuentros diversos (retiros, talleres, etc.) con otros jóvenes Gen-3, incluso voluntarios (4) involucrados en la República Dominicana. Dentro del “bucket list” está en espera, algún día vivir una Mariápolis con estos hermanos allá en la República Dominicana.
Más allá de esto, siento un deseo ardiente por entregarme del todo a los hermanos por mediación de Cristo, Buen Pastor, entonces surge en mí el deseo de ser admitido en el seminario en el 2021, siendo el 17 de agosto de 2022 cuando oficialmente empecé un caminar lleno amor para configurar el corazón así asemejarse al de Cristo, Buen Pastor. Si Dios me concede la gracia, entonces, poder acompañar a la Iglesia por medio del presbiterado. Cabe en mi experiencia, como palabra actual, “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o que se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo”. (Mc 4, 26 – 27). Va muy de la mano con el amor en mí, la semilla de vocación con un proceso formativo en el seminario.
La misión encomendada en el seminario, cuyo término asocio con la formación integral, requiere de amor: amor a Dios, a mí mismo y así a todos. La semilla de la vocación va germinando y va creciendo a pasitos, con muchísima incertidumbre ante ciertos escenarios que me pueden resultar negativos, pero que, a largo plazo, algo brota y cambia para bien en mi historia de salvación.
Han pasado dos años de formación en la que, con una comunidad de hermanos seminaristas, que me dan un reflejo de una comunidad parroquial, el acompañamiento de los formadores
que componen este Seminario Mayor, y la oración de la Iglesia, ha ido germinando y creciendo esa semilla de la vocación. En ella brota el deseo de una Iglesia que corre hacia el Amor. El deseo de poder darme a cada uno con todo, sus limitaciones y defectos; y así poder crecer con ese otro para que perciba cosas en mí que yo no veo desde mi punto de vista, y que ejercite mejor el amor mutuo, desde diversas experiencias en las dimensiones que se practican en el seminario: la convivencia semanal, momentos de oración en comunidad y personal, el estudio con el otro y el acompañamiento de una parroquia.
De muchísimos episodios que he vivido en el seminario, dos de ellos fueron marcados en mi historia: el primero, un hermano y amigo seminarista, de un momento a otro, en una noche, por su situación de descontrol en la presión, él desde niño, estuvo batallando entre la vida y la muerte. A Dios gracias, que estábamos unidos cuando pasó y pude con serenidad acompañarlo y procurar que se mantuviera con nosotros. Ahí pude percibir un Jesús abandonado (5) que no conocía. Dos días después, de que le hicieran los estudios pertinentes para descartar, le doy una breve visita a este hermano, con quien encomiendo su vida con amor a Dios, para que fuera su Voluntad sobre él. Su sonrisa se dejaba distinguir al ver a sus hermanos acompañarle en este momento difícil y asimismo fortaleció en mí el deseo de entregarme al servicio de la Iglesia para el bien y la salud espiritual de las almas. Segundo, tengo un lazo de amistad con este otro hermano que sufre de ansiedad y depresión, pero que su amor por los hermanos contagia.
Compartimos el don de la música; pero tenemos distintos gust s en la música litúrgica. Compartimos muchos momentos de estudios del idioma latino; uno es más inquieto que el otro. Hubo un malentendido; el otro día, “ojos nuevos para todos”. Y dentro de este vínculo, solo el “amor recíproco” mueve el camino distinto de ambos, así como el mismo deseo de llegar a ser presbíteros de una Iglesia que vive en amor y unidad. Y así, entregarme a la Iglesia y conocer muchas historias distintas de amor que siembran mis hermanos, los fieles, familias, amigos, alcanzando frutos a su tiempo, mueve mi corazón en “Ir hacia el Amor, que me espera.”
Por Juan Rafael Diaz– Puerto Rico
1 Mariápolis: Es la cita más característica del Movimiento de los Focolares. Juntos, grandes y pequeños, y personas de los más variados orígenes, se reúnen durante unos días para dar vida a un laboratorio de fraternidad, a la luz de los valores universales del Evangelio.
2 Gen 3: Son chicos entre los 9 y los 17 años, es la tercera generación del Movimiento de los Focolares.
3 Mariápolis Luminosa: es la casa de formación del Movimiento de los Focolares en EE. UU.
4 Voluntarios: una ramificación del Movimiento de los Focolares, son hombres y mujeres de todas las profesiones y categorías sociales que eligen seguir a Dios radicalmente y libremente – por eso la palabra “voluntarios”- viviendo en la cotidianidad de su vida la espiritualidad evangélica de la unidad.
5 Jesús Abandonado: Amar a Jesús en su abandono en la cruz significa amarlo en los dolores y en las renuncias que comporta la atención al prójimo. Este es un verdadero camino hacia la perfección en la vida cristiana, como nos comunica Chiara Lubich a través de su experiencia.