Contorno
Algún día de noviembre de 2014 le dije a Lucas Cerviño: “estoy muy animado porque también quiero ir a ayudar al trabajo que se hace ahí, pero él, inmediatamente, me respondió: “con que vayan a vivir ahí ya van a hacer mucho”. Me confirmaba que nos iríamos a vivir a la Ciudadela Arcoíris (1) , en Cochabamba.
Hace ya diez años que estamos viviendo en Cochabamba y, de ellos, nueve en la ciudadela Arcoíris, con nuestros seis hijos.
Carminia y yo, tuvimos la posibilidad de tener una vivienda lo suficientemente amplia para vivir, ya que hasta ese entonces habitábamos dos cuartos en la casa de mis padres donde habíam ucho amor familiar, pero el espacio ya no era suficiente; los niños crecían rápidamente y, sobre eso, los 4000 msnm afectaban mi salud y la situación nos obligaba a emigrar desde El Alto hasta Cochabamba (2500 msnm), constantemente.
Primera silueta
El primer año en la ciudadela fue muy intenso porque, en diferentes momentos, aceptamos ser padres adoptivos de otros tres niños. Tratamos de hacerles sentir el Amor familiar auténtico y eso nos costó a todos (papás e hijos) un sufrimiento indescriptible al momento de separarnos. Resonaban las palabras de Chiara en el discurso inaugural de Familias Nuevas: “ocúpense de las viudas, huérfanos, divorciados…).
Dos años más tarde se presentó un duro golpe para nosotros. Uno de nuestros hijos fue diagnosticado con “trastorno esquizoafectivo orgánico”. Nuestros cuidados debían volcarse para estabilizarlo y “aprender” a vivir con él en su discapacidad, por lo tanto, descartamos cualquier intención de cuidado de otros niños que no fueran de nuestra familia.
Segunda Silueta
La ciudadela está habitada sobre todo por familias que fueron rescatadas de las calles, de un mundo violento y, por esta razón, el fantasma de este tipo de vida las persigue.
Una noche, a lado de la vivienda que ocupamos, tres niñas empujaban un carro con un catre y no lograban avanzar debido al peso que llevaban y por el desnivel del terreno. Sin pensarlo, las ayudé y lograron pasar. Se trasladaban a otra vivienda. Las pequeñas me dieron las gracias, muy aliviadas.
Días después, también por la noche, sonó la campana de alarma que nos convocaba a todos los habitantes. ¿El motivo? una mamá fue violenta con sus hijas y, según lo que comentaban en multitud, no era la primera vez y en esta ocasión había llegado a un punto extremo. Lo único que nos faltaba para ser una masa al estilo de las películas, eran las antorchas para llegar a la casa de esa familia, donde ya se escuchaban gritos horribles plagados de insultos y groserías de las más fuertes.
La mamá acusada tenía un arma blanca, casera, en la mano y se defendía amenazando e insultando, revelando en algunas ocasiones pecados personales de quienes la agredían verbalmente.
Mi primer instinto fue agarrar a esa mala madre y hacerle pagar sus culpas. De mi interior salía la frase típica: “¿cómo es posible que una madre se porte así? ¡no merece ser mamá!”, sin embargo, en un instante, algo pasó dentro de mí, dejé de ver a la loca que gritaba espantosamente. Mi corazón se compadeció y comencé a ver, en cambio, a alguien que decía a gritos ¡AYÚDENME! Era “Jesús Abandonado” que decía ¡SÁLVENME! Sentí que mi semblante agresivo cambiaba por un rostro de dolor ante esa escena tan desgarradora. En un momento la mujer dirigió su mirada hacia mí, pensé que me gritaría, pero no me dijo nada. Pienso que me reconoció como el que ayudó a sus hijas a empujar el carro. Al final, lograron inmovilizarla recurriendo a la fuerza.
Supe después que era una viuda y que tenía ocho hijos (siete mujeres y un varón), que se había dedicado al alcohol y que ya en una ocasión le habían quitado, temporalmente, la custodia de los hijos y los habían llevado a casas hogar. Estaba en constante conflicto con casi todos y era muy mal vista. El futuro de esa familia era muy incierto.
En la ciudadela se organiza a las familias por grupos a los que se le asigna un color. En nuestro caso, nos tocó pertenecer al grupo celeste. Dos años después me designaron responsable del mismo. Doña Claudia no aguantaba estar en ningún grupo, pero un día me avisaron que ella pidió estar en el nuestro.
Así comenzó nuestra amistad con ella, aguantando muchas veces su carácter, pero movidos sobre todo por las palabras del Evangelio que nos invita a amar a todos (porque todos estamos llamados a la santidad). Fueron muchos momentos de charlas y en los que ella nos contó sobre su vida, sus miedos, la aceptación de sus equivocaciones… la durísima realidad de haber quedado viuda tan joven y caer tan bajo en la vida, hasta el punto de dedicarse al alcoholismo descuidando a sus hijas. De parte nuestra la entendíamos muy bien porque somos una familia numerosa y, pese a que, en general, nunca nos faltó trabajo, tenemos que medir nuestros gastos y ahacer renuncias. Por otra parte, las familias numerosas debemos sufrir acusaciones de “irresponsabilidad por traer tantos hijos al mundo”, (acusaciones incluso dentro de la misma iglesia); otros nos bajan al nivel de animales por “no controlar nuestros instintos”. También en los hospitales sufrimos tantas veces la recriminación de las enfermeras por no usar preservativos.
En fin, volviendo al tema, Claudia, junto con sus hijas pequeñas, empezó a participar en el grupo celeste de los trabajos comunitarios. En uno de ellos, conseguimos entre todos hacer
un día de trabajo tan bonito que parecía un día de campo. También, en las jornadas dedicadas a las familias, ya iba con todas sus hijas y vaya que tenían una fuerza para animar en los juegos. Muchas actitudes empezaron a cambiar en la vida de esa familia. Durante la pandemia aceptó ser encargada del grupo celeste y según las otras familias, tuvo un desempeño muy bueno. Es una líder innata.
Ojalá pudiéramos decir que su vida se convirtió totalmente, pero no. Después de un tiempo otra vez la campana volvió a llamar, pero esta vez con la policía y fiscales de familia involucradas. Al parecer, Claudia se había pasado de copas y un descontrol dio lugar a un accidental golpe fuerte en la cabeza de una de sus hijas que estaba sangrando. Alguien había dado una versión exagerada de lo sucedido.
Lo que vi fue cruel: un espectáculo donde el número estrella era “la destrucción de una familia”. Me escandalizaron los comentarios de varias personas que decían con mucha tranquilidad que lo importante eran los hijos y que estarían a salvo en casas hogar públicas, ya que el estado se haría cargo de “su bienestar”. En esa ocasión me sentí impotente porque Claudia estaba acorralada, solo era cuestión de tiempo para que al salir fuera detenida por las autoridades y la arrestaran. Yo no podía hacer nada, pero me sentía responsable de esa familia. Recurrí a una práctica que tenemos los católicos: invocar la intercesión de la Madre de Dios y empecé, dentro de mí, un constante “Dios te salve María, llena eres de gracia…”. Y esa plegaria mostró su potencia: una de las encargadas de la ciudadela logró entrar a la casa, entender lo sucedido y consiguió que nuestra amiga escapara por una ventana trasera. Parecerá ilegal, pero en esta ocasión lo legal era totalmente injusto. Después de una hora me llamó Claudia y me pidió que rezara por su familia. Junto con Carminia, lo hicimos. Al día siguiente el asunto se aclaró y, con compromisos de por medio, todo volvió a la tranquilidad: la familia estaba a salvo.
Una nota de color

Ante todo lo anterior, un día cuando volvía a casa, en la entrada de la ciudadela vi a unas niñas y adolescentes, seis para ser exactos, bien aseadas y uniformadas esperando el bus para ir a su colegio, eran las hijas de Claudia que casi al mismo tiempo me saludaron con una sonrisa franca: “¡buenas tardes, don Óscar!” Al verlas así, sentí que era la Virgen que entonaba
su MAGNIFICAT. Esa familia se salvó gracias a que esa Mamá logró mantenerla unida. No la idealizo porque aún, como cualquiera de nosotros, todos deben hacer su camino de Santidad.
Estos días estamos rezando por ellos porque Claudia me escribió lo siguiente: “Don Óscar, mi familia se va retirar de la comunidad, a fin de mes. Gracias por todo lo que su familia nos apoyó. Gracias”.
Debemos decir que nos entristece profundamente que se tengan que ir.
Les pedimos que nos acompañen con sus oraciones para que se cumpla el sueño de amor que DIOS tiene para ellos.
Por Carminia y Óscar – Bolivia