De un tiempo a esta parte, la vida microscópica que habita en nuestro cuerpo, especialmente en el intestino, cobró una relevancia que antes no tenía. Qué debemos tener en cuenta sobre nuestro ecosistema interior.
Por Carolina Cattaneo

No fue hace mucho que entró en mi radar la palabra microbiota por primera vez. Poco más de un año y medio atrás, acostada en la camilla de la obstetra y promediando mi primer embarazo, le pregunté a la médica si yo podría tener a mi bebé por parto natural. “Si todo está bien, ¿por qué no?”, me dijo. Por delante, «si todo iba bien», tenía una elección que hacer: elegir el parto vaginal o el parto por cesárea. Lo primero que hice fue ir a Google: en una lectura superficial aprendí que el bebé por nacer, al pasar por el canal de parto, se coloniza de microorganismos presentes en el cuerpo de la madre, proceso que ocurre de forma muy diferente en la cesárea. Todo un universo minúsculo y enormemente benéfico —la microbiota— prepara al pequeño ser en su salida al mundo, reforzando su sistema inmune y digestivo y blindándolo contra las enfermedades y las amenazas del ambiente extrauterino. El curso de preparto y otras lecturas reforzaron la presencia de la palabra en mi registro mental y hoy, más de diez meses después, la veo reaparecer en el contenido de redes, en charlas informales, en consultas médicas, en notas periodísticas y en documentales de estreno reciente, como Descifra tu salud, los secretos del intestino, que está en una de las plataformas de películas.

“La microbiota es un mundo alucinante que recién comenzamos a descubrir y comprender”, dice el libro ‘Los primeros 1000 días de tu hijo’, de Luisina Troncoso. “Hemos estado explorando el espacio exterior y las profundidades del océano para descubrir los misterios de la vida sin considerar que, dentro de cada individuo, hay un mundo inexplorado”, agrega.
Si bien los estudios científicos que fueron develando su importancia al gran público aparecieron recién entre 2000 y 2010, cuando fue posible secuenciar el ADN de microorganismos, para el científico Vinderola la masificación de la microbiota fue una consecuencia de la pandemia, cuando todos entendimos que estábamos en contacto con microorganismos y que, según la fortaleza o la debilidad de nuestro sistema inmune, esos microorganismos nos podían hacer bien, podían hacernos nada o nos podían enfermar.
Gabriel, para empezar, una pregunta fundamental. ¿Qué entendemos por microbiota?
—Con el término microbiota humana hacemos referencia a todos los microorganismos que habitan en nuestro cuerpo, por fuera y por dentro. Por fuera, en la superficie de la piel, y por dentro, en el árbol respiratorio, en el tracto reproductor femenino, en el tracto gastrointestinal. Yo siempre digo que estamos revestidos por fuera y tapizados por dentro. Esto incluye bacterias, levaduras, hongos, arqueas y virus; también incluye protozoarios o parásitos. Tenemos más cantidad de células microbianas que de células humanas.
¿Qué relación tiene la microbiota con nuestro sistema inmune?
—El 70% de nuestro sistema inmunológico está en el intestino. Y allí tenemos la mayor concentración de bacterias y la mayor concentración de células inmunológicas. ¿Qué hacen las bacterias? Entrenan a estas células para, no desarrollar inflamación o para que reconozcan los antígenos y no se produzcan alergias. Es decir, las bacterias entrenan a nuestro sistema inmunológico.

La vida que habita en nuestros cuerpos solo es visible con microscopio
¿Qué pasaba con la popularidad de la microbiota en el pasado?
—Se hablaba de flora intestinal, pero tampoco de forma tan masiva. Cuando empecé a trabajar en estos temas en el año 95, me invitaban a congresos de alimentos y de tecnología. Hoy me invitan a congresos de gastroenterología, de pediatría, de dermatología, áreas en las que hace 20 años, no se nos hubiera ocurrido que invitaran a un microbiólogo. Hace diez años te aseguro que ninguno de esos congresos hablaba de microbiota.
¿Qué ocurrió para que el interés se extendiera del mundo de los alimentos y la tecnología a otros ámbitos de la salud?

—Creo que hubo dos cuestiones. Primero, no hay dudas de que la microbiota es una mediadora entre la salud y la enfermedad, entre sentirse bien y entre sentirse mal. El 50% de las personas tiene algo en el intestino y hoy sabemos que todas estas cuestiones están relacionadas con una microbiota que funciona mal. Pero no solamente en el intestino, también en el humor, en las cuestiones neurológicas, psicológicas, en el sentirse descansado, focalizado.
La microbiota atravesó todas las cuestiones de la salud. Antes no nos explicábamos por qué una persona comía y se hinchaba, o por qué tenía diarrea constantemente, y hoy la microbiota lo explica. Y la otra cuestión es que manejar a la microbiota está en manos de las personas. Por supuesto que necesitas una orientación, pero cuando aprendiste el abecé, vos mismo puedes ponerte a cargo de tu salud intestinal. Es algo tangible. Las personas ven que implementando acciones sobre la microbiota, mejoran la calidad de vida. Estar todo el día con dolor de cabeza, con dolor de panza, con necesidad de ir al baño, es una vida lastimosa. La microbiota cruza la enfermedad y la salud y con cinco hábitos que las personas pueden implementar en su casa, vamos a tener una buena microbiota.
¿En qué medida nos puede cambiar la vida a quienes no nos dedicamos a la ciencia, saber que la microbiota humana tiene una alta influencia en nuestra salud y calidad de vida?
—Con la información uno toma mejores decisiones. Si una mamá sabe que teniendo un parto vaginal y dando la teta hasta los seis meses, con todo el esfuerzo que eso requiere, su hijo va a tener muchas más probabilidades de ser sano, probablemente diga «Voy a tratar de llegar hasta un parto vaginal y tratar de sostener la lactancia». La combinación parto vaginal con lactancia realmente es lo mejor que una mamá le podría dar a su hijo. Y esto no quiere decir que si la mamá tuvo que tener una cesárea o no pudo dar la teta va a ser menos madre. Pero lo que hay que saber es que, si puedo apuntar a eso, mejor, porque muchas veces es por una cuestión de no saber. La otra cuestión es que, sabiendo todo lo que se relaciona con la microbiota, puedo elegir comer mejor, más verduras, más frutas, entrenar, no automedicarme.
Y respecto de la salud mental, ¿qué tiene que ver una bacteria del intestino con mis estados emocionales?
—Tiene muchísimo que ver. El intestino y el cerebro están conectados. Uno cree que las neuronas están en el cerebro solamente, pero existen lo que se llaman enteroneuronas, que son neuronas ancladas en el intestino. A través de una especie de cablecitos que viajan por el nervio vago, el intestino se une con el cerebro y con otros órganos. Entonces, todas las reacciones químicas que haya en el intestino, todo lo que estas bacterias produzcan, va a llegar al cerebro como señal eléctrica. Y así, pueden dictar cómo me siento, si tengo ansiedad, cómo está mi capacidad de focalizarme, cómo es la calidad del sueño, el descanso. Por eso, lo que como, los medicamentos que tomo pueden repercutir en el cerebro, en las emociones, en el estado mental e incluso también en las enfermedades neurodegenerativas. Y al revés, las emociones, el estrés, la preocupación, repercuten en la salud del intestino, ocasionándome una puntada en el estómago, una diarrea, una contracción o ganas de ir al baño. La microbiota también está conectada con la piel: personas que tienen dermatitis atópica o acné, mejorando su microbiota, mejoran la piel. La microbiota está conectada con todos los otros sistemas.
¿Cómo se hace para estabilizar la microbiota?
La puedo regular principalmente con la alimentación. La microbiota se alimenta de la fibra de los alimentos y la fibra está esencialmente en las verduras, en las frutas, en los cereales integrales. (…) Estamos hambreando a la microbiota. Eso es una deuda con la microbiota y esa deuda se salda consumiendo más frutas, más verduras de estación. Una vez que uno cumplió con la dosis de fibra, vamos por la actividad física: ¿hacemos actividad física? ¿Nos movemos con la frecuencia y la intensidad necesarias o vamos en el auto y en el colectivo a todos lados? La actividad física libera sustancias que también regulan nuestra microbiota. Al hacer ejercicio, en el músculo se producen los compuestos llamados mioquinas, que afectan a los microorganismos. Todo siempre es de ida y vuelta. En 100 años hemos hecho todo al revés, hemos cambiado radicalmente nuestra alimentación, nos llenamos de químicos, de estrés, de sedentarismo, algo que la microbiota nunca vio en 300.000 años, lo vio en los últimos 100. Entonces le hemos ocasionado una disbiosis. (…)