A San Pedro de Urabá se llega en autobús viajando tres horas desde Montería. En el camino, mitad pavimentado, mitad terracería, se percibe la distancia entre esta población y el mundo, mientras que sus paisajes amenizan el trayecto con una gama de verdes encantadores: árboles, plantas y flores que evidencian la enorme biodiversidad de estas tierras, hogar, entre otros, de los indígenas Zenú, de Colombia.
El viaje permite reflexionar acerca de la fortuna de conectar, desde el amor, con el origen, con lo que somos, y compartir en fraternidad con este pueblo y su gente.
Los indígenas Zenú perdieron su lengua nativa, pero luchan por mantener vivas y vigentes sus tradiciones culturales, gastronómicas, artesanales; sus actividades agrícolas y formas organizativas, colocando en el centro de todo a las nuevas generaciones que, con suerte y perseverancia, mantendrán el arraigo y se convertirán en los líderes que abanderen las causas de los suyos.
El Festival de la Babilla y la Caña Flecha en su tercera versión fue el evento que convocó a la Red Intercultural del Movimiento de los Focolares de Colombia, conformada actualmente por más de 11 grupos étnicos, líderes de las comunidades negras, y algunos indígenas de Ecuador que acompañan en este proceso intercultural. Con el respeto y la hermandad como base, el mensaje esencial de esta misión fue la construcción de paz y fraternidad en estos territorios.

Conscientes de las heridas históricas, algunas aún vigentes, que han causado dolor a estos hermanos nuestros, la invitación a sanar y avanzar, tomando lo mejor de todo lo vivido, orientó y movilizó muchas de las acciones y momentos desarrollados en el encuentro. El dado de la
paz Zenú y su explicación ilustrada con vivencias personales sobre el amar a todos, amar por primero, el perdonarnos los unos a los otros, escuchar al otro y amarnos mutuamente, fue una herramienta facilitadora para transmitir un sentir que se percibe colectivo: la necesidad de sentirnos hermanos con todos.
Un festival que habla de identidad
Esta vez el epicentro de la cultura y sus expresiones fue la comunidad indígena Ébano Tacanal, ubicada a 40 minutos en moto de San Pedro de Urabá. Lejos de lo conocido, en el descubrimiento permanente de su forma de vida y con la expectativa y deseo de crecer todos juntos a través del intercambio y la puesta en común de lo que somos, sentimos y sabemos, inició este encuentro. La riqueza de las palabras, saberes, sabores, sonidos y colores, tan fuerte y poderosa, se siente y nutre el alma desde el primer instante.
Reconfortante escuchar a los más pequeños en la evocación de la naturaleza y sus seres superiores, con quienes tienen una profunda conexión que guía sus acciones cotidianas, pues mientras la semilla de su identidad continúe regándose, vivirá la promesa de un pueblo sólido que perdura en el tiempo ante las adversidades o tentaciones de buscar nuevos horizontes lejos de las raíces.
De la babilla y la caña flecha, dos elementos identitarios, el festival recibe su nombre. El primero es una especie de animal, réptil y carnívora, que habita en diferentes ciénagas, pantanos y fuentes de agua dulce. Con la sazón y secretos culinarios de los Zenú, es transformada en su plato típico tradicional. La segunda es la palma de la cual extraen la fibra vegetal con la que no solo se tejen diferentes artesanías como el muy representativo sombrero vueltiao colombiano, sino que se construyen casas y se elaboran cañas de pescar, entre otros.

Somos un hilo de este tejido de fraternidad
Las condiciones húmedas y pantanosas de la región son las más propicias para el cultivo de esta especie vegetal, que es objeto de un proceso del cual resulta la materia prima perfecta para trenzar también bolsos, tapetes, individuales, manillas y collares. Es así como las manos laboriosas y creativas de los Zenú han tejido también su propia historia familiar, como etnia y cultura. Que esta planta sólo surja en las tierras que ellos habitan parece un llamado a cumplir con su destino como artesanos, a desarrollar un legado que ha trascendido fronteras como símbolo nacional.
El llamado a la unidad, a la permanencia en el territorio, se renueva de igual forma en la interacción con otras culturas. Volviendo a preguntas fundamentales como quiénes somos, qué soñamos y cómo podemos tejerlo juntos, avivando el propósito de volver a casa, de no abandonarla siquiera. El tejido local se transforma en global. Allí se tiene todo lo necesario para vencer la incertidumbre, gestionar las preocupaciones y hallar soluciones a problemáticas colectivas.
Donándonos y dándonos a los demás también recibimos. Hay una convicción en la que todas estas culturas indígenas participantes se encuentran. Un regalo para aquellos a quienes les es compartida: “Ser una persona de corazón bueno”. En sus propias palabras, el sueño de la unidad y el amor se concreta en “mantener el latido del corazón vivo, hacer, sentir desde el corazón y no dejar apagar el fuego para caminar y continuar juntos”.
Por Laura Guarín- Armenia, Colombia