Verde luz de monte y mar,
isla virgen del coral…
– Antonio Cabán Vale
Esas palabras me hablan de algo más que un paisaje: son el eco de un llamado interior. Aunque la vida me llevó por caminos inesperados, siempre he querido volver —no solo a un lugar, sino a lo que soy, a Aquel que me hizo ser. Hoy, cuando pienso en quién soy y de dónde vengo, sé que esas notas son parte de mi historia.

¡Así que comencemos! Mi nombre es Jeniffer Ivonne Huertas Ortiz, hija de Félix y Juanita. Soy la cuarta de cinco hijos (3 mujeres y 2 hombres). Nací en San Juan, Puerto Rico, en la bella Isla del Encanto. Crecí en Patillas, un hermoso y pequeño pueblo al sureste de la isla. Un pueblo costero del que sus playas, montañas, ríos, lagos y su gente muy hospitalaria, te enamoran a primera vista.
Me encanta leer, ver películas y viajar. Los momentos más importantes en mi vida son estar en armonía y paz interior, estar con la familia y compartir con los amigos.

Mi Ecosistema
Crecí en un hogar donde mis padres me enseñaron el valor de la familia, del trabajo y la lucha por lograr mis sueños. Era una niña muy tímida, con el deseo de aprender muchas cosas. En la escuela sobresalía en las clases y siempre estaba en búsqueda de saber algo más. Participé en la banda de música del pueblo, tocaba el saxofón alto y esto me dio disciplina y determinación. Desde pequeña quise estudiar ciencias porque quería conocer más sobre la naturaleza, por tal razón, en la escuela hice parte de los clubes sobre el medio ambiente y me encantaba asistir a todas las excursiones para conocer los recursos naturales de la isla.
En la infancia estuve rodeada de personas que fueron muy importantes para mi formación en la fe católica. Una de ellas, mi abuelita Barbara, quien siempre me recordó pedir la bendición cuando entraba y salía de la casa. Solía decirme: “Siempre le rezo a Dios para que te haga santa y te lleve al cielo”. Otra persona importante fue mi vecina Marcela, mi catequista de primera comunión, de ella aprendí el amor por Jesús Eucaristía y la importancia de la oración.
A partir de los 11 años empecé a jugar softball en el equipo del pueblo. Me encantaba jugar. Allí aprendí a trabajar en equipo, la colaboración, el respeto a los demás y la dedicación y la pasión en el hacer las cosas. Tanto fue así que logré ganar una beca para jugar en la universidad.
También participé de la pastoral juvenil y fue durante esta etapa, como monaguilla, que sentí el primer llamado al servicio en la Iglesia. Hacerlo significaba para mí estar más cerca a Jesús en la Eucaristía y con ello se fortaleció mi relación con Dios. Luego hice parte de la coordinación de la pastoral juvenil diocesana. Durante esos años al servicio de otros jóvenes pude ver la belleza y también la fragilidad en la que podemos caer si no tenemos una brújula que dirija nuestros pasos.

La vía de la Unidad
Luego fui a la universidad y comencé mis estudios en Biología. Un periodo de aprendizaje y vivencias que van delineando quién eres y lo que quieres lograr para tu vida. Así fue para mí. En el 2010 conocí el Movimiento de los Focolares, en una Mariápolis (encuentro de verano para toda la familia). Participé sin saber mucho de qué se trataba. Y déjenme decirles que quedé fascinada del Carisma de la Unidad. De hecho, el primer libro que compré fue La Doctrina Espiritual porque quería conocer más sobre Chiara Lubich.
La comunidad de los focolares en Puerto Rico siempre me acompañó y me formó. Recuerdo que una voluntaria iba una vez al mes a mi pueblo de Patillas y nos veíamos. En esos encuentros renovábamos el pacto del amor recíproco, como lo hacían las primeras compañeras de Chiara y, luego se hablaba de la espiritualidad de la unidad y compartíamos las experiencias de la Palabra de Vida.
Esos encuentros me invitaban a cambiar mi estilo de vida, por ejemplo, sentí la necesidad de asistir a misa todos los días. En ese período inicié un proceso de discernimiento vocacional con las Hermanas Dominicas de Fátima porque en el asistir a misa diaria, comprendí que Jesús me llamaba a la vida consagrada.
En el 2013, recibí la invitación para participar en un retiro para conocer las vocaciones del Movimiento, en la Mariápolis Luminosa, en New York. Allí conocí la vocación al focolar. Sentí en el corazón que Jesús me decía: “esta es tu casa”. No les miento que sentí cierto temor ya que no sabía cómo expresar lo que sucedía en mi interior. Semanas más tarde logré hacerlo y tomé la decisión de mudarme a la Mariapolis Luminosa para comenzar el proceso de discernimiento en el focolar.
Mientras estuve en la Mariápolis hice una maestría en Teología y… lo demás son historias y aventuras que contar. Hace casi seis años terminé la escuela de formación para focolarinas y fui a la República Dominicana. Amé al pueblo dominicano y aprendí muchísimo de ellos. Fue allí donde comencé mi servicio hacia las nuevas generaciones, especialmente para con los adolescentes. Desde hace dos años vivo en el focolar de la Mariápolis El Diamante,en México, en donde continúo trabajando por los adolescentes y sus familias. Actualmente, soy profesora de filosofía y teología en el Seminario Mayor de Tehuacán, México.
Antes de concluir con este compartir algo de mi vida quiero agradecer a Dios por todos los regalos que me ha dado, a muchas personas que fueron pilares en mi formación y cercanía a Jesús y que aún continúan dándome una mano de diferentes maneras, especialmente, mi querida comunidad de Puerto Rico.
Me siento muy bendecida de haber conocido la espiritualidad de la unidad y le pido todos los días a Jesús que me ayude a ser una focolarina que no pierda el encanto de su vocación en el amor a Jesús abandonado y que, como decía mi abuelita: que Dios me haga santa y me lleve al cielo.
Por Jeniffer Huertas- Puerto Rico