En un mundo herido por la guerra, las voces de los niños suelen perderse entre el ruido de los cañones y los discursos de poder. Sin embargo, en la Ciudadela “El Diamante”, del Movimiento de los Focolares, en México, un grupo de cuarenta niñas y niños GEN4 —la generación más joven del movimiento— recordó al mundo que la fraternidad no tiene edad. Su gesto, sencillo y luminoso, fue una verdadera escuela de humanidad.
La experiencia de los GEN4 ocurrió mientras el conflicto entre Israel y Palestina volvía a encenderse con fuerza. Frente a ese panorama, el gesto de los GEN 4/ Gen 3, adquiere una dimensión profética. No se trata de un acto político, sino de un signo espiritual. En medio de la deshumanización que provoca la guerra, su mensaje de fraternidad devuelve
el sentido más puro del Evangelio: “Bienaventurados los que trabajan por la paz.”
El origen de un gesto
Todo comenzó en un pequeño taller organizado por la Ciudadela al que llegaron 40 pequeñas y pequeños. Decidimos hablarles del dolor que viven los niños en Palestina e Israel. Los GEN4/ GEN3, acostumbrados a trabajar por la paz desde su propia cotidianeidad, recibieron las noticias de la guerra con una mezcla de tristeza y asombro. Las imágenes de niñas y niños heridos, familias desplazadas y escuelas destruidas los conmovieron profundamente. inspirados por un capítulo de la serie “Un niño llamado Jesús”, donde el pequeño Jesús ayuda a un prófugo, los niños comprendieron que la fraternidad se construye con gestos, no solo con palabras. Surgió entonces la idea de dibujar y escribir mensajes de paz para los niños de Palestina e Israel, como una forma de acompañarlos espiritualmente.
Del taller a las embajadas
Los GEN4 prepararon sus dibujos con dedicación en este encuentro. En ellos aparecían manos entrelazadas, corazones, banderas, soles y frases que pedían el fin de la violencia. Con la ayuda de sus asistentes, decidieron enviar esas cartas y dibujos a las representaciones diplomáticas de ambos países en Ciudad de México.
Al llegar a la embajada de Israel, fueron recibidos con cortesía, pero no se permitió que dejaran sus dibujos. En cambio, la embajada de Palestina los acogió con calidez, aceptando sus cartas y programando una fecha para recibirlos personalmente.
Ese encuentro se convirtió en un símbolo. Franco y Matías, en representación del grupo, pudieron ir a la embajada, acompañados por sus padres y mi persona. Fueron recibidos por el embajador palestino, quien los escuchó con atención, observó los dibujos plasmados en un gran pendón de tela; uno por uno y los bendijo con gratitud. Al final, les obsequió una cufiya, el tradicional pañuelo palestino, símbolo de resistencia y esperanza, que colocó con afecto sobre los hombros de los niños.
En un segundo encuentro, compartieron la experiencia vivida con los otros gen4, contando el proceso, los detalles de los recuerdos, las fotos; al final nos dejaron como perlas estas frases maravillosas:
“Sentía que mi corazón acompañaba a otros niños de Palestina que sufren la guerra y donde muchas vidas se han perdido. Me gustaría hacer algo más” (Matías).
“Qué tal si amamos por tantos que se han olvidado de hacerlo. Nosotros podemos, en cada acto de amor, devolver al mundo tantas luces apagadas por laguerra.” (Andy).

La voz de las familias
Entre las asistentes al taller estuvo una madre concuatro hijas, tres de ellas GEN 4 y una GEN 5. En su testimonio, confiesa que fue una experiencia transformadora: “En casa todas las noches rezamos juntos y damos gracias por todo, siempre pedimos por la paz en el
mundo. Pero aquel día, al ver las imágenes de la guerra, mis hijas quedaron impactadas. Hasta la más pequeña, de tres años, quiso participar dibujando por la paz.”

Desde ese día, las niñas se volvieron más conscientes. Ofrecen sus pequeñas acciones por los niños de Palestina, oran cada noche y agradecen por la comida, recordando que hay quienes no tienen qué comer. Incluso quisieron regalar algunos de sus juguetes a niños necesitados. “Entendieron —dice la madre— que la paz comienza compartiendo.”
Desde la perspectiva del Movimiento de los Focolares, fundado por Chiara Lubich durante la Segunda Guerra Mundial, los GEN4/GEN3 representan el futuro de una humanidad reconciliada. Chiara solía decir que “la unidad no se impone, se construye amando”. En los trazos de aquellos dibujos infantiles se refleja justamente eso: la convicción de que la paz empieza en lo pequeño, en el corazón de cada persona.
El proceso vivido en la Ciudadela El Diamante no fue una actividad aislada, sino una verdadera pedagogía de la fraternidad. Los educadores no enseñaron a los niños a sentir lástima, sino a reconocer en los otros su propio reflejo. Les ayudaron a mirar el dolor sin miedo, a transformar la compasión en acción.
Esta experiencia también revela la potencia educativa del Movimiento en su dimensión comunitaria. No se trató solo de rezar por la paz, sino de implicarse concretamente: escribir, dibujar, caminar, entregar. En esa secuencia se forja una ética del amor práctico, donde el gesto más pequeño tiene un valor universal.
Una semilla de esperanza
La guerra en Medio Oriente sigue dejando heridas profundas. Pero desde México, un grupo de niños demostró que el amor puede cruzar fronteras sin necesidad de pasaporte. Con sus dibujos y oraciones, los GEN4/GEN3 recordaron que la fraternidad no depende de la edad ni de la geografía.
En tiempos donde la violencia parece normalizarse, su gesto nos invita a volver a lo esencial: al amor concreto, al compromiso por la paz, a la ternura como forma de resistencia: “La fraternidad universal no es un sueño, es el camino que Dios nos pide recorrer juntos” (Lubich, 2002).
Quizás esos pequeños, con sus colores, oraciones y corazones abiertos, estén enseñando a los adultos lo que hemos olvidado: que la verdadera revolución empieza con el amor.
Por Luis Manuel Herrera Morales-México

Referencia
▪ Lubich, C. (2002). La unidad y la paz: escritos espirituales. Ciudad
Nueva.
▪ Focolare Movement (2024). Gen 4: Building Peace through Love.
▪ Testimonios y notas del taller GEN4 en la Ciudadela El Diamante,
México (2025).
