Por Victoria Gómez
Pregunta: El mundo parece ir al revés, dominado por el mito del poder y la lucha por la hegemonía en las relaciones nacionales e internacionales, con nuevos conflictos, confrontaciones, polarizaciones. ¿Desde dónde cambiar el rumbo?
Que el mundo parece ir al revés no es una impresión compartida por los analistas de la política internacional. Hay quien cree, justamente, que su rumbo natural ha sido siempre la lucha por el poder y la hegemonía. Es la imagen que nos llega todos los días cuando analizamos los eventos. Ahora bien, pienso que cambiar el rumbo, en primer lugar, significa cambiar nuestra manera de leer la actualidad internacional.
Es verdad, hay conflictos, guerras, injusticias, pero hay también un trabajo realizado en el silencio, que no hace ruido, pero es muy importante para la cohesión de los pueblos y las naciones. Se llama multilateralismo. Debemos volver a empezar exactamente por su idea base: cada país no puede decidir por su cuenta y aisladamente. Hay desafíos que amenazan a la humanidad en su conjunto, como el cambio climático, la seguridad alimentaria, las migraciones con sus causas profundas, etc. Son todos aspectos imposibles de resolver desde una perspectiva solo nacional.
Hay que regresar a la idea fundamental del multilateralismo, que no equivale a burocracia internacional, ni a largos e inconcluyentes procesos. Es el arte de trabajar conjuntamente buscando soluciones compartidas en beneficio, por lo menos, de la mayor parte de la humanidad. Hoy día no existe un interés nacional con fin en sí mismo; por supuesto que hay que reconocer el interés nacional, pero solo se alcanza a través de la cooperación internacional. El gran problema con el que nos enfrentamos hoy es exactamente este: la pérdida de valor político de la cooperación internacional en las instituciones internacionales, dentro de las cuales debemos seguir intentando solucionar disputas, conflictos, discrepancias entre pueblos y Estados.
¿Tiene sentido hablar de «realismo político «?
Que el mundo parece ir al revés no es una impresión compartida por los analistas de la política internacional. Hay quien cree, justamente, que su rumbo natural ha sido siempre la lucha por el poder y la hegemonía. Es la imagen que nos llega todos los días cuando analizamos los eventos. Ahora bien, pienso que cambiar el rumbo, en primer lugar, significa cambiar nuestra manera de leer la actualidad internacional. El realismo considera la problemática política tal cual es, convencido de que seguirá siempre así. Es su gran engaño. Y es paralizante. En cambio, la gran pregunta de la política internacional, y de toda política, es: ¿cómo cambiamos la realidad? La política es (debería ser) el arte de transformar la realidad persiguiendo el bien común. El realismo es una cosa buena, pero cuando se identifica con el inmovilismo y bloquea procesos de transformación que mejoran la realidad internacional, no sirve para nuestro futuro ni para la esperanza en un mundo mejor.
La paz se enfrenta a dilemas lacerantes, pueblos heridos, víctimas inocentes… ¿Qué paz es posible construir en este mundo en pedazos? La gran paradoja sigue siendo justificar la legítima defensa para salvaguardar la seguridad nacional. ¿Qué vigencia tiene el Derecho Internacional?
El Derecho internacional existe, pero lamentablemente solo sobre el papel. No se transforma en realidad política. Por ejemplo, el artículo 51 de la Constitución de las Naciones Unidas define precisamente el derecho a la legítima defensa, que desgraciadamente ha sido y sigue siendo interpretado de maneras muy diferentes. No conozco ninguna guerra que no haya sido justificada con ese pretexto. Ninguno de los beligerantes admite que se trata de una guerra de agresión. Ante nuestros ojos está el caso de Rusia contra Ucrania. Ahora bien, el Derecho Internacional no contiene solamente normas legales, sino que encarna al mismo tiempo la conciencia de la humanidad. Y ese Derecho deslegitima hacerse justicia por sí solo, obligando la mediación de las instituciones internacionales.
En Naciones Unidas hemos alcanzado un sistema de seguridad colectiva que no es respetado, que no funciona, pero su fracaso no significa que no sirva y no sea un logro para preservar. De hecho, sin instituciones comunes ni normas, no existe una ética internacional, porque una norma es la realización de un principio ético que en este caso es la seguridad colectiva, garantizada por un tercero a los Estados involucrados en la disputa. Es una operación que cumplimos todos los días. Paralelamente, se le ha puesto límites a la legítima defensa, que impiden su justificación arbitraria. En el caso de Ucrania, por ejemplo, los Estados europeos, justamente a mi juicio, están ayudando a la resistencia de Ucrania contra la agresión rusa, pero está muy claro que no apoyarán un ataque directo al territorio ruso. Es un ejemplo entre otros.
Usted subraya a menudo el valor de la biodiversidad de los sistemas políticos a nivel internacional, ¿Dónde ve su importancia?
Es una metáfora porque no existe el concepto de biodiversidad política en el análisis internacional. Pero es también una provocación para subrayar que no se pueden transformar las cosas complejas en demasiado simples. Por ejemplo, no se puede clasificar los regímenes políticos en democracias o en dictaduras. Si se mira el mapa del mundo, en realidad la gran mayoría de los países están en una situación política híbrida, con regímenes híbridos, o porque están en fase de transición política, o de reconciliación nacional después de una guerra civil, o con un régimen político muy centralizador o jerárquico, etc.
La idea de la biodiversidad política implica mayor respeto a todos los procesos políticos en marcha en distintas partes del mundo. ¿Cuántos siglos ha necesitado Europa para llegar a una forma democrática plena? Espero que no necesiten siglos también en otras áreas del mundo, pero tenemos que practicar la actitud de paciencia estratégica. Es decir, acompañar a otros países en la búsqueda de su propia vía hacia un gobierno expresión de los ciudadanos, que permita el pluralismo, la participación de todos. Que se llame democracia o de otra manera no es esencial, lo importante es que en el centro de cualquier sistema político esté la dignidad de la persona humana, el respeto, el pluralismo de todas las opiniones.
Usted distingue entre la «política de la paz» y la «paz como política», ¿puede explicarnos?
Es un juego de palabras, pero tiene su contenido. La política de la paz está muy bien; significa prestar atención para resolver conflictos, reconciliación de las partes antes del estallido del conflicto armado, por ejemplo; pero hay algo más que podemos hacer y que, en mi opinión, es más profundo: ir a la raíz de los conflictos, cambiar la manera de ver toda la política: toda la política en todos los sectores donde actúa debe poner en el centro la paz. No solamente la política internacional. ¿De qué manera la política económica favorece la paz? ¿Y la política de la educación? ¿Y la política de la salud? ¿Y las demás? De este modo la perspectiva cambia muchísimo y la construcción de la paz se transforma en una tarea realmente holística, global y profunda.
¿Hasta qué punto las ideologías impiden ver con realismo los problemas, generan enfrentamientos adicionales, incapacitan para encontrar soluciones de consenso?
Es una cuestión muy interesante. En realidad, mi idea personal es que una ideología muy peligrosa es precisamente el realismo político, que impide ver y entenderla realidad porque considera el estatus quo, la situación actual, como la perspectiva de medio y largo plazo: todo continuará igual. Pero eso es falso. Sabemos muy bien que el estatus quo cambiará en el futuro. Paradójicamente, los que tienen una visión más realista son los utopistas realistas, que ven la situación actual muy mala, pero consideran posible una evolución, aunque también podría darse una involución. Puede ser que mi opinión no sea convencional, pero propicia la imaginación política, el ingenio, la clarividencia, y esto es más realista que el realismo reducido a ideología.
Hay que regresar a la idea fundamental del multilateralismo, que no equivale a burocracia internacional ni a largos e inconcluyentes procesos. Es el arte de trabajar conjuntamente buscando soluciones compartidas.

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1 Pasquale Ferrara, Director General de Asuntos Políticos y Seguridad del Ministerio de Relaciones Exteriores y Cooperación Internacional de Italia. Enviado Especial a Libia, ha sido embajador en Argelia. Desde 2011 secretario general del Instituto Universitario Europeo (EUI) en Fiesole (Florencia). Ha ejercido encargos diplomáticos en Santiago de Chile, Atenas, Washington, Beirut, ante la UE en Bruselas. Profesor de Diplomacia en la LUISS de Roma y de Relaciones Internacionales e Integración en el Instituto Universitario Sophia de Loppiano (Florencia).