“La elegante sonrisa de Dios” Fray José Antonio Páez Monroy

Al querido Padre Páez, nadie lo llamó por su nombre, tal vez entre sus familiares, porque en la Congregación siempre fue el padre Páez, de sonrisa permanente, con la cámara fotográfica en la mano, siempre dispuesto, subido en las sillas o hasta en las mesas, con tal de cubrir el acontecimiento… hacía fotos y fotos, que nunca dejaba para él solo, las repartía a quienes le dieron sus datos. Fue un verdadero reportero de Dios, y seguramente que, al partir de este mundo para la eternidad, lo salieron a recibir quienes, como él, decidieron en su vida, «retratar» a Dios, primero en sus corazones, para así, anunciarlo con el amor del servicio a los hermanos.

Entró siendo niño al seminario menor de los Terciarios Capuchinos que entonces estaba en la primera casa de la Congregación en Colombia y después de sus estudios se consagró a Dios para siempre el 2 de febrero de 1954. Pasó por varias casas de protección y reeducación de los Terciarios capuchinos en varias ciudades de Colombia y en Panamá. 

Fueron estos lugares en donde maduró y acrecentó su espíritu misionero y su carácter afable, aprendiendo que el servicio es la mejor traducción del amor. Con un amplio bagaje comunitario y misionero sintió el llamado de Jesús al primer amor, cultivado a lo largo de los años y así llega a su ordenación sacerdotal con el compromiso de pertenecer a Dios para siempre en el servicio de los más pequeños y excluidos del mundo y es ordenado sacerdote en 1960.

A partir del año 1968, cuando es enviado como Superior del instituto Técnico Fray Luis Amigó de Palmira, fueron muchas las instituciones y personas que conocieron el espíritu amable y cercano, la sonrisa abierta del educador amorosamente exigente, del querido padre Páez. 

Fue superior en varias escuelas del país y luego viaja a la Escuela Vocacional de Chapala en Panamá donde fue educador y administrador. Recorrió varias instituciones como superior y educador, trabajando con adolescentes con problemas de drogas, con jóvenes desadaptados, en centros de atención al menor y, además de ejercer su misión educadora entre los jóvenes extraviados del camino del bien, se convierte en el eje de la publicación de la Revista de los Padres y educadores, “Alborada”. En la que, además de fotógrafo de la revista, fue administrador, editor, corrector de pruebas, distribuidor.

Empeñado cada dos meses en la búsqueda de los autores que escribieran para este medio de comunicación de la amigonianidad, nacida al cobijo de otra revista similar editada en España por la Congregación que sobrevive hoy de manera virtual.

En 2011 llega a la comunidad de la Casa Padre Luis Arturo Nieto, para sacerdotes ancianos. Ahí estaba como cuando era niño, siempre disponible a servir, con la elegancia humana de Dios, al encuentro de cuantos hermanos visitan esta comunidad, en el servicio Eucarístico y en la escucha amorosa y cuidadosa en el Sacramento de la Reconciliación.

A todos nos edificó siempre, y de manera especial en sus últimos años, cuando muy desmejorado de salud, con problemas severos en su columna que lo fue doblegando, con el deterioro normal de los años, vivió, no como los estoicos, sí como los hombres buenos, como quienes, al modo de Jesús “pasó haciendo el bien”.

Nos edificó con su manera de ser, con su manera de vivir, con la afabilidad de su trato, que traslucía de su sonrisa abierta y para todos, sonrisa que dejaba ver su alma, la del niño que siempre tenía algo que contar, una anécdota o historia para narrar, con su clásico acento bogotano de raíz y con sus maneras amables que siempre comenzaba con un cercano “ves”…

Era hermoso ver al Padre Páez, al lado del Padre Rodrigo López, con quien convivió muchos años en esa comunidad, Rodriguito, ya olvidadizo de muchas cosas le hacía repetir permanentemente todo; el padre Páez, con su brillo mental que permaneció hasta el fin, dirigía los dedos del Padre Rodrigo hacia el lugar de la oración. Cuántas veces se veían Rodriguito y Páez, celebrando ellos solitos la Eucaristía…. ¡Qué estela de buen ejemplo, de vida feliz y ejemplar nos dejan los hermanos mayores, quienes, sin estridencias ni sobresaltos, acogen en Dios todo lo que supone una vida larga, un deterioro físico, una laguna mental!

95 años de vida, 77 de vida consagrada como Religioso Terciario Capuchino y con sesenta y cinco años de vida sacerdotal amigoniana, después de una dolorosa enfermedad, soportada con paciencia cristiana y la elegancia que siempre lo caracterizó, partió a la casa del Padre.

Lo recordaremos siempre por lo que fue en su vida, por las obras que lo distinguieron, por sus valiosas características personales y por la sonrisa que, como dijo del Padre Luis Amigó y Ferrer, fundador de los Terciarios Capuchinos: «ni la muerte pudo apagar:»

Que no te falte la cámara, así sea la del celular, para que nos envíes unas cuantas imágenes de WhatsApp, contándonos, en vivo y en directo, estrenándote como reportero del cielo y diciéndonos como es aquello, en el más allá, lo que los cristianos llamamos y esperamos, como patria celestial.

Estos son algunos de los sentimientos de los terciarios franciscanos que recogimos en su funeral y nosotros, del Movimiento de los Focolares, nos unimos en esa única voz para agradecer a Dios por el inmenso regalo que fue Padre Páez.

Desde que conoció la espiritualidad de la unidad quedó prendado de su luz y no ahorraba esfuerzos para colaborar en lo que se ofreciera y sobre todo para darlo a conocer a muchos. Así fue en Panamá donde comenzó a abrir camino entre los jóvenes para dar a conocer esta nueva realidad de la Iglesia también a través de la revista de Ciudad Nueva.

Conocía su grandeza, se alimentaba de ella y la donaba a todos los que podía. Ya esos jóvenes son hombres y lo recuerdan precisamente como una persona coherente, abierta con su sonrisa cordial que con su ser daba a manos llenas el Carisma de la unidad. ¡Gracias!

Reseña de la redacción

Perfil realizado por P. Marino Martínez, consejero provincial