El Papa que vino de lejos y fue aún más lejos. Un pontificado complejo, de apertura y Evangelio, de contraste con la violencia y la guerra y de cercanía a los más pequeños.

Había dicho, nada más ser elegido Papa, que había venido de los confines de la tierra. Pero ha logrado hacer que los límites de la Iglesia sean aún más amplios de lo que eran antes. Pensemos en Tomás de Aquino, que sostenía que la Iglesia es tan vasta como la humanidad, por la que Cristo murió en la cruz. El Papa Francisco encarnó esta verdad teológica.
Si se pudieran hacer investigaciones profundas y sinceras sobre el pontificado que ha concluido la mañana del 21 de abril, se vería cómo la popularidad del Papa se debe, en efecto, en particular, a la natural simpatía y empatía que ha despertado en los que no van a la Iglesia. Su atención a los siete mil millones de seres humanos que no son católicos fue la nota peculiar de su pontificado, que duró desde el 13 de marzo de 2013 hasta el 21 de abril de 2025, doce años muy densos y nunca previsibles.
Evidentemente se ha interesado por el mundo católico, por los mil millones y más de cristianos vinculados a Roma, y mucho, pero prestando especial atención al “pueblo de Dios”, más a los simples fieles que al clero, más a los testigos de Cristo que a los portadores de cualquier título. En esto el Papa Francisco será recordado como el Papa católico más que católico. Es decir, siguiendo la etimología, universal.

Hombre de sorpresas, fue el Papa Francisco . nacido Jorge Mario Bergoglio, de origen piamontés, nacido el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires – desde la primera parte de su pontificado, cuando se negó a vivir en los “palacios sagrados”. Era un hombre de grandes dotes comunicativas, como demostró por ejemplo durante el drama del covi, cuando quiso hacerse presente al mundo e invitar a todos a rezar atravesando una Plaza de San Pedro desierta, el único caminante terrestre, símbolo del ser humano que se encuentra despojado de sus poderes, a merced de la enfermedad, que invoca a su Dios. fue un hombre de sorpresas hasta el final, hasta el día de Pascua, cuando quiso estar presente en su plaza y dónde recibió al vicepresidente estadounidense Vance, a pesar de que se conocían sus diferencias con la actual presidencia estadounidense.
Un hombre de los pobres y de los pequeños como San Francisco de Asís, por supuesto, pero también un hombre que se dirigió al poder por su nombre de pila, en esto digno discípulo de San Ignacio de Loyola.
En sus viajes no quería que se incluyeran demasiados momentos de protocolo en los programas, evitando las cenas de gala, obligando a los obispos y nuncios a sustituirlos por almuerzos baratos en el comedor de turno. En esto se involucró la política, indicando a los poderosos el verdadero objetivo que era suyo, el de la justicia y la paz.
El Papa Francisco estaba en deuda por su pensamiento con esa corriente sudamericana definida como la “teología del pueblo”, que no debe confundirse con la más conocida “teología de la lberación”. Le interesaba la fe popular, más que la fe militante teñida de política. Esta tendencia suya se pudo comprobar en los nombramientos episcopales y cardenales; siempre favoreció a los sacerdotes cercanos al pueblo sobre los hombres del aparato. Y quería subvertir todas las tradiciones de “carrera eclesiástica” que habían madurado a lo largo de los siglos en la Iglesia: las sedes cardinales tradicionales se han convertido así en simples sedes episcopales, siendo elevadas a púrpura sólo en contadas ocasiones.

El Papa Francisco ha pasado por crisis históricas, incluso en la Iglesia. Sobre todo, la progresiva desafección de una gran parte de los fieles de las prácticas religiosas, especialmente en el universo euroatlántico. Prestó especial atención a la “planetización” de la Iglesia Católica, elevando a púrpura a los prelados titulares de diócesis muy alejadas del centro de la catolicidad, como ciertas islas del Pacífico, o remotas tierras asiáticas. No hay que olvidar los grandes desafíos del catolicismo, como el cisma ventilado en la Iglesia en Alemania y en el norte de Europa, así como la gravísima crisis de los abusos cometidos por hombres y mujeres de la Iglesia, por la difícil reconciliación de los principios éticos de tantas comunidades del hemisferio sur y del hemisferio norte. También la reforma de la Curia Romana no ha estado exenta de momentos delicados, entre ellos la cuestión de la justicia vaticana.
En estas crisis, muy pragmáticamente, el Papa Francisco ha optado por “navegar a la vista”, posponiendo los expedientes ardientes (cómo el último sínodo) sin romper nunca, tratando de mantener un equilibrio que en cierto modo es imposible. Otros expedientes delicados: el de los movimientos nacidos en torno al Concilio Vaticano II; la convivencia con un “Papa emérito”; o incluso el de la sinodalidad, o si se prefiere de la Iglesia-comunión, un proceso y a iniciado por sus predecesores.
El Papa Bergoglio también se ha referido al progresivo crecimiento de los vientos de guerra, acuñando al comienzo de su pontificado una expresión que se ha vuelto universalmente utilizada: “La Tercera Guerra Mundial a trozos”. Trató de insertarse en los procesos de tregua y pacificación, con mayor o menor éxito. Pero ha “gritado” paz, siempre y en cualquier caso.
Pero, sobre todo, este Papa será recordado por su contínua referencia al Evangelio, a la Palabra que hay que vivir, a la necesidad de que los cristianos demuestren que forman parte del seguimiento de Cristo con obras y no con títulos. Creo que este paso adelante en la dimensión evangélica es ahora definitivo: el sucesor, sea quien sea, no podrá volver atrás.
Por Michel Zanzucchi