El domingo 18 de diciembre de 2022 el seleccionado de fútbol argentino se coronaba campeón mundial en el estadio de Lusail en la Ciudad de Doha, Qatar. A continuación de los clásicos festejos que realizaron los jugadores en el campo de juego ocurrió un hecho que no estaba previsto por la organización de la FIFA, ni correspondía con alguna campaña de mercadeo ni era parte del ritual del fútbol mundial. Ingresaron a la cancha las familias de los campeones y se reunieron con ellos. Poco a poco cada uno de los jugadores se sentó en el campo junto a sus familias, se hablaban, sonreían, todo serenamente. Parecían estar pasando un domingo a la tarde en algún parque de una ciudad. El hecho no mereció ningún destacado en los medios de comunicación, no se hicieron estudios sociológicos, pero la realidad que supera toda ideología estaba asignando el lugar preponderante que tiene la familia para los seres humanos. Visto desde los ojos de la fe, fue una muy buena catequesis sobre el valor de la familia de los últimos tiempos.
Una primera reflexión que me mereció el hecho fue que se han gastado grandes esfuerzos en defender la familia y tal vez, deberíamos pasar de esa actitud defensiva al simple y claro reconocimiento.
A pesar de todos los intentos que ha hecho el sistema por destruir todas las organizaciones humanas y arrojarnos al más crudo individualismo, y lo ha hecho con bastante éxito, con la familia no ha podido. Por eso, se me ocurre que partiendo del reconocimiento de esta realidad y siempre que no pongamos obstáculos a ese reconocimiento y tomemos la vida como viene, como dicen los sacerdotes que trabajan en los barrios humildes de Argentina, podemos comenzar a pensar que la reconstrucción del tejido social que es imprescindible para encarar la revolución cultural que nos propone Francisco en Laudato si, ha de tener como protagonista a la familia.
“La comunidad familiar y no solo el individuo, ha de ser la base para la construcción de comunidades más complejas donde un sistema solidario vaya gestando las posibilidades que los seres humanos se organicen para seguir viviendo”
En un mundo donde la exclusión sigue siendo la regla y las políticas inclusivas no logran resolver el problema, porque el sistema en sí, requiere de la exclusión para sobrevivir, solo la gestación de comunidades que se ocupen de la conducción de lo común y que tiendan a resolver temas vitales como el de la soberanía alimentaria, la educación y la salud, a los que los estados, disminuidos en su poder frente al sistema de concentración de poder global, aunque se lo propusieran, ya no pueden hacer frente en forma eficiente.
Conectar el desarrollo con el protagonismo que se debe a la familia, colaborando a su organización, para que se transformen en auténticos sujetos sociales y políticos.
La familia actual puede ser una clave para lograrlo. Su crisis una oportunidad y no un problema. Podrían solucionarse juntas la crisis de la familia y la crisis económica si le reconocemos la soberanía que le corresponde.
Pero eso ha de requerir de una organización y una lucha porque los derechos se conquistan. El poder, sea del signo que sea, nadie lo da gratuitamente. La historia de lucha de los trabajadores que logró arrancarle a ese poder importantes segmentos que constituyeron la base de la justicia social se hizo en base a una lucha solidaria y organizada. Nadie les regaló nada.
El hombre actual que ha sido fragmentado en distintos roles (trabajador, empresario, consumidor, elector, vecino, etc. puede volver a reunir todas esas funciones que favorezcan su humanización y la familia es el ámbito natural de todas ellas. No alcanza con seguir
invocando los derechos de la familia consagrados en el artículo 8 de la Carta de Derechos de la Familia y su facultad para ejercer su función social y política en la construcción de la sociedad, ejerciendo su carácter de célula primaria y vital de la misma. Los poderes fácticos no están dispuestos a reconocer esos derechos.
“Ese protagonismo de la familia, aún herido por la cultura del individualismo, se expresa aún en dos dimensiones. Hacia adentro continúa siendo escuela de valores fundamentales para la humanización de sus miembros incorporándoles criterios de intersocialidad e interdependencia y hacia afuera, promoviendo el entramado para la reconstrucción del tejido social, creando hábitos de solidaridad y siendo promotora de comunidad”
Familaris consortio reconocía como una de las misiones de la familia cristiana su participación en el desarrollo de la sociedad. El término misión nos remite a la acción, a una realización. No a un reclamo para qué otro se haga cargo. Como manifiesta Francisco en Fratelli tutti “no debemos esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil”. Tratemos de soñar juntos,
como nos recomienda el Papa Francisco, modelos nuevos de democracia que devuelva a los pueblos su derecho a ser artífices de su destino, imaginar una organización social que nos permita construir un nosotros que habite la casa común.
En Fratelli tutti, Francisco pone como centro de una nueva política la construcción de comunidades que reequilibren y reorienten la globalización para evitar sus efectos disgregantes.
Describe esta misión como una tarea artesanal, uno a uno, cuerpo a cuerpo, que comience por los últimos, trayendo la periferia al centro, cuidando la fragilidad de los pueblos y de las personas. Destaca que las herramientas a utilizar son la solidaridad el amor político, la ternura, el diálogo, el sentido de comunidad siendo portadores de esperanza.
A pesar de todos sus desgarros e imperfecciones ¿no es acaso la familia actual, concreta, real, la que cuenta con las condiciones para ser sujeto principal de esa misión?
¿Qué pasa si pensamos en una familia co-gestora, copropietaria, co-responsable, co-incidente en todos los ámbitos donde se deciden los destinos de los hombres y en todos los ámbitos donde el hombre individuo naturalmente se desarrolla?
¿Podemos imaginarnos la familia con esas funciones en la escuela, en la empresa, en la política, en el estado?
¿Podemos concebir a la familia copropietaria de los medios de producción por medio de mecanismo ya conocidos como el accionariado obrero, la propiedad participada, las nuevas experiencias de fábricas recuperadas, las viejas experiencias de cooperativas o modelos nuevos aún no creados?
¿Podemos pensar a las familias principales usuarios de todos los servicios públicos y de las industrias culturales incluida la televisión como copropietarios y coadministradores de estos?
¿Podemos pensar que pasaría en el seno de la política y de la acción ciudadana con una experiencia tan extensa del derecho de propiedad y el poder político que tendría la familia como sujeto social y político en la transformación del estado?
Podemos concebir a la familia como agente de cambio mundial para que dilatando su horizonte sea protagonista de la formulación de un nuevo orden mundial a fin de resolver los problemas de injusticia social, la libertad de los pueblos y la paz como lo reclamaba Familiaris consortio.
“Por último, creo que deberíamos preguntarnos: ¿no habremos sido los que hemos venido defendiendo la familia y, sin querer, colaboramos a arrinconarla en el espacio de lo privado quitándole la vitalidad de su práctica histórica en lo público como sujeto activo de la construcción de un auténtico humanismo familiar?”
Las familias pueden lograr su soberanía si se asumen como sujeto social y político, constitutivas de un pueblo que se organiza y lucha por sus derechos.
Dice nuestro Papa Francisco: “Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva…Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones… solo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser
pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, integrar y levantar al caído”
Por Dr. Carlos Eduardo Ferré – Experto en Doctrina Social de la Iglesia
