Leí un artículo sobre Margaret Karram (1) que habla sobre cómo ella práctica el diálogo, me vino a la mente todas las veces que he podido “construir puentes”; con mi hijo y su esposa que adhieren a una Iglesia Evangélica.
Desde el noviazgo, ya existían diferencias entre nosotros y frecuentes cuestionamientos con respecto a mi fe católica, sin embargo; siempre estuve dispuesta a apoyarlos, como cuando estaban recién casados, se iban a seminarios y formaciones de su iglesia, los ayudé con los oficios de la casa y a cuidar a los nietos.
Así, a veces, el domingo íbamos primero al servicio de su iglesia y luego me iban a dejar a Misa.
Recuerdo la primera Navidad que compartimos juntos, tuve la oportunidad de conocer a su Pastor, ya que nos invitó a su casa. Pensé que sería difícil compartir con su familia y la gran sorpresa fue encontrarme un pesebre en la sala. Vivimos momentos de calidez, amor, alegría, verdaderamente la navidad como una familia.
Hace unas semanas nos reunimos con mis hijos y sus familias, hubo una discusión sobre la migración, también en este campo eran fuertes y totalmente antagónicas nuestras opiniones. Traté de conservar la calma respetando la opinión de mi hijo y su esposa, hice un gran esfuerzo en no expresar un pensamiento que hubiera provocado algo peor. Así el Espíritu Santo llegó en mi auxilio, me vino a la mente esta jaculatoria “Señor, eres Tú mi único Bien” así regresó la paz y la serenidad a mi corazón y mente.
De cualquier modo, mi hijo no quedó muy conforme, así que, nuevamente movida por el amor a Jesús en él, he estado más cercana, con llamadas, mensajes, puedo decir con toda certeza que nuevamente ha vuelto la armonía a nuestra relación de madre e hijo.
Ahora, mi hijo y su familia hace unas semanas me pidieron que los apoyara en su casa, porque mi nuera estaba en capacitación de un trabajo y mi hijo necesitaba ayuda con la bebita de 1 año y algunos meses. Así que, dispuesta a construir puentes emprendí camino, dejando incluso mi emprendimiento de pastelería para servirles. Uno de esos días, platicando sobre la guerra en Medio Oriente, resultó que nuevamente teníamos posiciones antagónicas, y ahora sí que me costó mantener la calma. Luego de discutir y confrontar nuestras opiniones, llegamos a comprender que no encontraríamos puntos de acuerdo, de hecho, mi nieto de 7 años empezó a llorar porque escuchó hablar de los niños que morían en la guerra. Y ahí se detuvo la discusión.
Luego de esto, nos quedamos mi nuera y yo dialogando ya no sobre este tema, sino en cómo a ella le costaba poder levantarse a orar, mantener un equilibrio entre su hogar, el trabajo, la iglesia, y sentía que le fallaba a Dios. Yo le pedía mucho al Espíritu Santo que me iluminara si debía hablar o escuchar, así que sentí que solo debía escucharla. Después de una hora me abrazó y me dijo que no podía hablar con nadie de cómo se sentía y que me agradecía que siempre la escuchaba. Mi corazón estaba alegre. Sentía que Dios nos había dado el regalo, a las dos, de tenerlo a Él en medio nuestro y esto valía más que querer “iluminar” sus opiniones respecto de la guerra.
Por SP – Guatemala
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1 Margareth karram: Presidenta del Movimiento de los Focolares