Habían pasado unas semanas desde que nos avisaron que mi mamá tenía cáncer. en casa tratábamos todos de estar optimistas y tranquilos, dispuestos a seguir todos los procedimientos necesarios para que ella pudiera tener una cirugía.
Mi mamá siempre ha confiado mucho en mí para desahogarse y a veces es triste sentir la impotencia de no poder ayudarla concretamente en ciertas situaciones.
Un día en particular me sentía cansada, me sentía sola. Le dije a mis papas que iríamos a misa cuando yo regresara del trabajo. Cuando llegó ese momento no tenía ganas de ir, sin embargo, ellos ya me esperaban. Entre en mi cuarto y en silencio le dije a Dios que me sentía sola, muy sola. Fuimos a la misa de la tarde y cuando llegamos a la iglesia recé un poco. Le dije a Dios mi sentir, que yo sabía que Él siempre está con nosotros, que Él nos acompañaba en el dolor, pero aun así me sentía sola.
Había una señora con sus hijos pequeños, eran dos. en un momento, durante la misa uno de los niños, al que nunca más he vuelto a ver, corrió hacia mí y me abrazó con mucha fuerza. Me quedé inmovil. su mamá vino por él y se lo llevó de la mano. Sentí algo extraño y bonito. Bonito pensar que Dios escuchó lo que le dije en el silencio de mi habitación y vino a reconfortarme.
Con esta experiencia tuve en mi corazón la certeza de que Dios está en todos nuestros procesos, en la felicidad y también el dolor. Y ahora me invita a vivir el momento presente. A través de este dolor en mi familia Él que me confirmó una vez más que me ama infinitamente y que Él siempre está conmigo.
Por Jhoselyn Hernández – El Salvador