Cuando un jefe se convierte en un líder

Después de la gran crisis, los discipulos pusieron a Pedro “en su lugar”, lo “crean” responsable de ellos. 

Después de la muerte en la cruz de la persona que más amaba, Simón Pedro está desconcertado, aturdido, sacudido de sus convicciones. Él, la roca que debería haber guiado a los demás, se siente vacío, ya no sabe nada, su voz se ha enmudecido. Necesita un cambio de escena, algo que ocupe su cabeza, algo que mueva este gran cuerpo de hombre que lo estorba. Dice a los discípulos “Voy a pescar” (Jn, 21, 3). Como si dijera: necesito hacer un balance, salir de este letargo que nos mantiene a todos en el suelo; No sé por dónde empezar, así que voy a hacer lo más fácil que sé: ir a pescar. Como cuando tenemos que digerir una mala noticia, y nos ponemos a preparar una comida, a hacer el trabajo que sabemos hacer, a lanzarnos a una actividad manual que nos gusta… Tratar de encontrar un punto de apoyo en la realidad. Para encontrar una salida a la tormenta que tenemos en nuestros corazones, de nuestra imaginación que se desata contra nosotros, de nuestro aburrimiento que aún no es terror. Intentamos reconectar con la vida. 

Los discípulos, al unísono, le hacen una propuesta: «Vamos contigo». Y, tal vez, ha añadido: no nos pides nada, tal vez preferirías estar solo, pero estamos preocupados por tí, y aunque seas el jefe, debemos estar cerca de tí: ¿Qué puedes hacer sin nosotros? Ahora estamos unidos».

Mientras Pedro, atrapado en sus pensamientos, se aleja unos pasos, los discípulos toman la iniciativa: lo siguen, lo alcanzan, también ellos vacilan, pero también se preocupan por Pedro. Creen en él, en su plan, habían llegado juntos hasta ese camino, se conocen bien, se quieren, aunque de vez en cuando discutieran. 

Y así, después de una noche de pesca infructuosa, cuando Cristo resucitado aparece desde la orilla, Pedro se lanza al agua para llegar más rápidamente a nado. Y en el Evangelio leemos que “los otros discípulos vinieron en la barca” (Jn, 21,8) y en eset estar en la barca de los discípulos vemos algo muy importante: el respeto por los que deben ser los primeros, por los que deben preceder, por los que deben marcar el camino. Tal vez todos los demás estaban listos para saltar al agua hacia su Señor, tal vez todos querían hacerlo. Pero nadie lo hizo. 

Un magnífico acto colectivo de generatividad de la persona de Pedro en su nueva vocación, después de una gran crisis: los discípulos “lo pusieron en su lugar”, lo “crearon” a cargo de ellos, permitiéndole afirmarse verdaderamente como aquel que había sido designado para tener autoridad sobre el grupo naciente. Hay una gran belleza en este simple gesto, en esta moderación mostrada por los otros discípulos. Un silencio y un acuerdo tácito entre ellos para guiar el camino hacia Pedro, para mostrar su dignidad de discípulos que saben cuál es su lugar y así, de consecuencia, pone en su lugar a quién debe guiarlos. 

En lugar de esperarlo todo de él, en lugar de exigirle todo, en lugar de criticarlo por hacer las cosas mal, los discípulos ven primero en él al hombre en sus fragilidades y en su vocación. 

El impulso de su corazón los lleva a encontrar la respuesta correcta a una variedad de situaciones por un lado, vienen a su encuentro, dan el primer paso hacia él (con el riesgo de ser rechazados), fuerzan su mano, incluso se podría decir, se arriesgan porque saben por una intuición espiritual que es bueno para Pedro. Después, sin embargo, callan, dejan que Él lo haga y permanecen en su lugar de discípulos silenciosos, conscientes de que los acontecimientos están más allá de ellos y que deben permanecer “en su lugar”. 

Un jefe es inicialmente un jefe institucional (designado como tal por una jerarquía), pero se convierte en un líder humano cuando es generado por aquellos sobre quienes se ejerce esta responsabilidad. La actitud del grupo hacia el jefe juega un papel fundamental en la capacidad de que éste desempeñe su papel y lo haga sabiamente. Los subordinados tienen la posibilidad de que la inteligencia le ayude a crecer, a ayudarle, o no, a alcanzar su máximo potencial y así cumplir la misión (grande o pequeña) que se le ha confiado. Sin que nadie pierda su dignidad, al contrario, la fortalezca. 

Permitir que un líder de equipo desarrolle todo su potencial le permitirá tomar las decisiones correctas por el bien de la misión y del equipo; así como, en la medida en que los padres cumplan con su papel de padres, así mismo darán a sus hijos una mejor protección, orientación y apoyo. 

Cada uno tiene personas que ejercen alguna autoridad sobre nosotros, porque son responsables. Personas que no elegimos y que a veces pueden ser una fuente de sufrimiento, relaciones difíciles y estrés.  Al igual que los discípulos, podemos cultivar la libertad de mirar a estas personas con bondad y ver en ellas a una persona llamada a ejercer la responsabilidad. Tal vez nuestra actitud tenga el poder de despertar recursos inesperados en el otro, “llamándolo” a ser como lo vemos. Esto podría dar lugar a una dinámica virtuosa en la que, a su vez, nosotros mismos podríamos ser mirados en nuestro potencial no expresado y en nuestro “ser en formación” que, estimulado, podría transformarnos en personas resilientes, libres y felices. Vamos: subamos también al barco de Pedro. 

Por Muriel Fleury

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