Estimados todos, miembros del Movimiento de los Focolares en el mundo:
Les escribo para informarles de la dolorosa noticia de la partida al Cielo del monje budista tailandés Phra Mahathongrattana Thavorn y, en nombre del Movimiento de los Focolares, expreso una inmensa gratitud a Dios por este hermano especial que muchos de nosotros conocemos como «Luce Ardente».
Conoció a Chiara Lubich en mayo de 1995 y quedó cautivado por el espíritu de unidad, convirtiéndose en testigo de él y dedicándose con todo el corazón e incansablemente a darlo a conocer al mayor número posible de personas.
Vivió plenamente el nombre que Chiara le había dado (Luz Ardiente), siendo en todas partes un instrumento de luz, consuelo y esperanza. Hasta el final, amó y vivió para construir la fraternidad universal.
Durante su enfermedad, siempre quiso tranquilizar a los focolarinos, focolarinas y a los miembros del Movimiento en Tailandia que lo visitaban, diciéndoles que estaba bien, que estaba en paz y con amor, esperando encontrarse con «Mamma Chiara», sus primeros compañeros, como Eli, Natalia, Peppuccio e incluso Maria Voce (Emaús). Con voz débil, repetía: «Uno siempre». Cuando le preguntaban: «¿Cómo estás, Luz Ardiente?», respondía: «Bien». «Pero, ¿cómo puedes decir bien…»? Y confirmaba de nuevo: «Bien…». Su serenidad era sorprendente, su capacidad de «permanecer» en el momento presente, acogiendo y amando a quien llegara.
A un pariente suyo, un monje muy importante del norte, le expresó su deseo de ser enterrado «junto a mi mamá». Cuando le preguntaron: «¿Tu madre es Jankeo?», Luce Ardente respondió: «No, junto a mi mamá en Italia, en Loppiano: así mis cenizas llegarán al mundo entero».
En su último período, su habitación se convirtió en el destino de una procesión de monjes, sus amigos e incluso personas que no veía desde hacía 28 años, quienes acudieron a saludarlo y a mostrarle su afecto. Aunque estaba inmóvil y casi incapaz de hablar, le respondió con la mirada y un suave apretón de manos.
A lo largo de su vida, habló de Chiara Lubich y de la unidad de una manera única, con sabiduría y pasión, a través de libros, revistas, programas de radio y encuentros con monjes budistas y laicos, no sin afrontar dificultades. Un día, un monje le preguntó, perplejo: «Maestro, ¿sigue usted a una mujer cristiana?». Él respondió: «No sigo a una mujer, sino su ideal de fraternidad universal. Ella no pertenece solo a los cristianos, sino también a nosotros».
En su último mensaje, me escribió: «Margaret, sufro, pero resisto, resisto, resisto, porque mi sufrimiento no es nada comparado con el de Jesús en la cruz. Resisto porque soy hijo de mamá Chiara. Recuerda: ya no nos veremos, pero un día nos veremos. Pronto iré con ella».
Personalmente, atesoro cada palabra que me escribió y cada consejo que me dio. Me enseñó lo que significa «resistir por amor», y su unión conmigo fue un regalo precioso que jamás olvidaré.
Luce Ardente quiere que todos lo recordemos como él se sentía: un hijo de mamá Chiara y un hermano para cada uno de nosotros. Sabía que muchos en el Movimiento, en todo el mundo, rezaban por él.
Con profunda gratitud por su vida, los invito a rezar por él. Damos gracias a Dios por este fruto especial, maduro y grandioso del Carisma de la Unidad, que el Cielo nos ha dado a nosotros y a los numerosos hermanos y hermanas que lo conocieron.
Continuemos juntos el camino que tanto amó, seguros de que él nos acompañará y apoyará en nuestro compromiso con el diálogo entre las religiones y la fraternidad universal.
En unidad,
Margaret Karram- presidente del Movimiento de los Focolares

