Padre Memo Toral: el arco de una vocación

Originario de la Ciudad de México, P. Guillermo Toral Martin Del Campo vivió su infancia en la época inmediatamente posterior a la Revolución mexicana. De familia pobre, recordaba: «yo nunca estrené un pantalón, mi mamá era la más chica de la familia y mis primos, de mejor condición económica, nos pasaban su ropa …». Los padres eran personas de una fe religiosa sólida y ese ambiente favoreció la vocación temprana de Guillermo.

Eran los años treinta y había persecución contra la Iglesia, el gobierno laicista y la escuela pública estaba permeada por la propaganda anticatólica. Por ello, los papás de Guillermo buscaron una escuelita privada, semiclandestina, para que su hijo no sufriera violencia. «semana tras semana nos dábamos cita en casas distintas para tomar clases, escondiendo los libros y los cuadernos de la escuela debajo de la camisa».

En 1938, terminada la escuela primaria, el papá le dio permiso para presentarse a su párroco, religioso josefino, con la intención de entrar al Seminario.

Siguieron los años de la formación en México y luego en España donde, providencialmente, en el marco del Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona el 3 de mayo de 1952, fue ordenado sacerdote.

Vías que se cruzan

En sus años de servicio abnegado como misionero josefino, un sinnúmero de hermanos y feligreses conocieron en ese religioso a un hombre que transmitía una familiaridad con Dios extraordinaria. Para quien se le acercaba siempre tenía tiempo y una palabra de consuelo y de ánimo, que brotaban de un espíritu humilde y alegre, ocurrente en ocasiones. «Cuando una oveja tiene mucha lana, tiene mucho de donde cortar y tú tienes mucho de donde Dios te puede trasquilar» , solía decir a su amigo Nacho para alentarlo a perseverar.

Durante su primera experiencia de Superior en Roma, conoció el Movimiento de los Focolares. Era enero de 1961 cuando escuchó predicar a un sacerdote que le llamó la atención, «por lo que decía y cómo lo decía». Quiso hablar con él y este lo invitó a conocer a otros sacerdotes con quienes solía encontrarse. «Me llevó a una casa de los Oblatos de María Inmaculada. Llegamos y me sentí amado; sentía que llegaba a un lugar donde todos nos conocíamos, me sentí bien, muy bien». 

Al contacto con los Focolares «tuve que tomar conciencia de mi ser Josefino en la Iglesia. Qué era lo era lo que quería de nosotros para la iglesia y para el pueblo de Dios».

Los Josefinos están muy presentes en Centroamérica. P. Memo, como lo llamábamos confidencialmente, en 1970 fue destinado a Ahuachapán, El Salvador. Allí los Josefinos tenían diversas obras misioneras: dos parroquias, un internado de varones, un hospital, un cuartel y una población de muchos «cantones». «Éramos tres comunidades distintas: del colegio, de las parroquias y del hospicio. Eran comunidades un tanto divididas y poco a poco se logró conformarlas en una única comunidad … El Ideal de la unidad nos salvó de la división y del fracaso: una gracia que el Movimiento me había enseñado».

Cuatro años después P. Memo tiene que correr a México por la muerte de su madre. Antes de que terminara el Novenario los superiores le comunicaron que debía partir urgentemente para Roma. Era agosto de 1974. «Fue para mí un verdadero irme vacío, completamente vacío. Entendí entonces que el Señor me daba una gracia muy grande para no tener yo apegos de la parroquia, no tener apegos de perso-nas, de situaciones, de armonías, de fraternidad con mis hermanos»

La verdadera misión

Al estar en Roma, por pedido de los superiores, se había sentido frustrado por estar lejos de los tradicionales lugares de misión; sin embargo, fue en una de esas ocasiones que, «al descubrir que Dios es el que vale y hay que dejarlo todo por Él, entendí. Y se me vino abajo el teatrito de las misiones … el ideal de mi vida debía ser Dios, no las misiones». Siguieron años de servicio en diversas casas josefinas de la región y muchos jóvenes de ese tiempo lo recuerdan por la sabiduría de cómo llevaba adelante los proyectos institucionales.

Rosa María fue su parroquiana en San Juan del Rio, Qro. (Mx): -Se hacía querer por todos. A menudo comenzaba con un: «como dicen en mi rancho» y te arrancaba una sonrisa. Cuando alguien llegaba a confesarse lo atendía a la hora que fuera. Solía unirse al grupo del rezo del Rosario antes de Misa; se le veía en actitud servicial hacia sus hermanos de comunidad.

Practicar la cercanía era su especialidad.

En una ocasión Ceci le manifestó su sentir y el P. Memo: ciertamente eres buena para nada .-le dijo – justo en esa nada…. Dios hace milagros. Ella aún lo recuerda agradecida.

Durante unas vacaciones fue a visitar a Angel Pisano, religioso Javeriano que atendía una parroquia en S. Cruz de la Sierra, Hidalgo (Mx) solo para acompañarlo y compartir el tiempo y la vida pues para ambos la unidad, fruto de la presencia de Jesús en medio (Mt. 18,20) era un alimento espiritual invaluable.

Padre Netza Xochitiotzin, ha sido otro que ha compartido momentos de luz con P. Memo, de quien supo decir: «Dios nos concede un enorme e invaluable regalo cuando nos ofrece la oportunidad de conocer y convivir con grandes personas, gente sencilla, preparada, honesta, trabajadora, sincera, servidora, acomedida, sacrificada, silenciosa, con un gran corazón, generoso, profundamente espiritual y. al mismo tiempo muy humana.»

Memo fue tan hijo de José María Vilaseca como de Chiara Lubich. De esta tenía una admiración filial humilde e íntima que custodiaba como un tesoro interior de donde extraer inspiración. En muchas ocasiones sentía: «me parece que esto es exactamente el ideal de Chiara y al poco tiempo Chiara decía algunas cosas que eran exactamente lo que yo estaba pensando. Me sentía en línea completa con ella, pero sinceramente nunca me atreví a decírselo. Me parecía que era algo así como darme importancia… Lo vivo como una confirmación de mi vocación en el movi-miento, en la obra de María»

Este artículo recoge parte de una larga entrevista realizada en el 2007.

Por Felipe Casabianca – Guatemala

2 thoughts on “Padre Memo Toral: el arco de una vocación

  1. Padre Memo todo un testigo de Cristo muy humilde y muy servicial, muy concreto para amar . Verlo junto a P. Angel era ver el mandamiento nuevo andando

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