Se dan frutos maduros si salimos de nosotros mismos

La unidad que el Papa pide a la Iglesia se testimonia en el don de los movimientos y de las asociaciones, es decir, en una vida según el modelo de la Trinidad, así se expresó Margaret Karram, presidenta del Movimiento de los Focolares, quien participó en el encuentro del Papa León XIV con los moderadores de las Asociaciones, Movimientos y comunidades eclesiales, el pasado junio.


En un recorrido histórico de esta comunión vivida con la Iglesia, Margaret Karram evidenció: si nos fijamos en las enseñanzas de los últimos Papas sobre los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comuni-dades, surgen dos grandes líneas: la misionera y la eclesial. En visperas de Pentecostés de 1998, San Juan Pablo Il se reunió con los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades en la Plaza de San Pedro por primera vez en la historia. Los invitó a dar «frutos ‘maduros’ de comunión y compromiso» (Discurso de Juan Pablo Il a los Movimientos eclesiales y a las Nuevas Comunidades, Plaza de San Pedro, 30 de mayo de 1998).

Luego, el Papa Benedicto XVI los instó a «ser escuelas de libertad» y los animó a «demostrar a los demás [.] qué hermoso es ser verdaderamente libres, en la verdadera libertad de los hijos de Dios», pero siempre «en unión […] con los sucesores de los apóstoles y con el sucesor de san Pedro» (homilía de Benedicto XVI en la celebración de las primeras vísperas de Pentecostés con los Movimientos eclesiales y las Nuevas Comunidades, Plaza de
San Pedro, sábado 3 de junio de 2006).

Y el Papa Francisco esbozó una Iglesia formada por los «diferentes carismas» a los que el Espíritu Santo «da armonía y da unidad a la diversidad» , y así nos hace «‘artesanos de la armonía, sembradores del bien, apóstoles de la esperanza» (Santa Misa en la solemnidad de Pentecostés, homilía del Santo Padre Francisco, Plaza de San Pedro, domingo 9 de junio de 2019).


Me parece que puedo decir que en estos 27 años los movimientos se han comprometido a generar «frutos maduros» en la Iglesia con caminos de evangelización en campos donde la pastoral no llega fácilmente; con los numerosos testimonios de conversiones; con el florecimiento de las vocaciones a la vida fami-liar, consagrada y sacerdotal; con compromiso social y con avances en el diálogo en muchos ámbitos. Estos frutos han madurado a menudo también en el contexto de fuertes • pruebas, como el paso de la fase fundacional a la fase postfundacional, o las purificaciones experimentadas a causa de los escándalos por abusos sexuales y espirituales.
Este camino, sin embargo, también se ha caracterizado por una comunión cada vez. mayor entre los propios movimientos. Es una comunión basada, en primer lugar, en el amor fraterno: en la escucha recíproca, en la acogi-da, en el consuelo y en el don de sí mismo a los demás.


Y sorprendentemente, en este proceso, cada movimiento ha redescubierto y profundizado su identidad específica, saliendo cada vez más de sí mismo.
Creo poder testimoniar que, gracias a la amistad que ha crecido entre los movimientos y a su inserción en la Iglesia, estamos experimentando cada vez más esa unidad de la que habló el Papa León XIV hace pocos días en el Jubileo de las familias, de los abuelos y de los ancia-nos: «El Señor no quiere que para unirnos, nos reunamos en una masa indistinta, como un bloque anónimo, pero quiere que seamos uno:
‘Como tú, Padre, estás en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros’ (In 17, 21)»
(Jubileo de las familias, de los abuelos y de los ancianos; homilía de León XIV; Plaza de San Pedro; domingo 1 de junio de 2025).

Creo que en esta visión trinitaria de la unidad del Papa León se encuentra el don que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades pueden ofrecer hoy a la Iglesia y al mundo: una vida modelada según la Santísima Trinidad.


Una vida que en la Iglesia asume características diversas: de comunión fraterna entre cada una de las partes, tradiciones y culturas, que cada vez salen a la luz y pueden contribuir con su propia particularidad a la belleza y al bien del conjunto; de asombro y de estima recíproca, con la única ambición de «amarse fraterna-mente los unos a los otros y competir en la estima recíproca» (cf. Rm 12, 10); de profunda igualdad y co-esencialidad entre el perfil petrino y el carismático; de sensibilidad a la acción del Espíritu Santo, que «sopla donde quiere» (In 3,8) y no se limita en su acción a los límites de su propia Iglesia o comunidad eclesial, sino que está abierto a la dimensión ecuménica y a la que existe entre las religiones no cristianas y las opiniones no religiosas.
Sería una Iglesia, como la definió el Papa Francisco, «marcada por la unidad y la armonía en la pluriformidad» («Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión».
Documento Final de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 24 de noviembre de 2024), y por lo tanto necesario en este mundo caracterizado por la fragmentación y la divergencia.
La experiencia de este tipo de relaciones trinitarias entre nuestros Movimientos es pequeña y al principio, pero verdadera y auténtica. Y queremos llevarlo como un don a la Iglesia para que pueda, en su extraordinaria riqueza espiritual, cumplir su misión en el mundo.

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Fuente: https://www.focolaresciudadnueva.com/inicio/discurso-del-santo-padre-leon-xiv/

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