Somos Jairo y Carolina, llevamos 24 años de casados, en marzo de 2025 cumpliremos nuestras bodas de plata. Desde que nos casamos estuvimos abiertos a la vida y con el deseo de tener nuestros propios hijos, pero después de varios años, no llegaron. Con este deseo de conformar una familia, iniciamos un proceso de adopción con la institución aprobada en nuestro país, y después de asistir a citas de psicología, trabajo social, charlas, exámenes y todo lo que conlleva una adopción, no nos otorgaron la adopción del hijo tan anhelado.
Para nosotros esta negativa fue un momento doloroso, entramos en un gran duelo y nos preguntábamos por qué, si estamos abiertos a la vida, sucedía todo esto. Le preguntábamos a Dios, cuál era el designio que Él tenía para nuestra familia. Estábamos en esta búsqueda de respuesta, cuando, a través de una religiosa nos llegó la propuesta de apadrinar una niña que se encontraba en un hogar de su comunidad. La niña acababa de cumplir los 12 años y la decisión que debíamos tomar no era fácil, pero recordamos que le habíamos preguntado a Dios qué quería de nosotros y vimos en esto una clara respuesta de Él.
Podíamos formar nuestra familia abriendo nuestro ser, ya que se trataba de acoger en nuestra casa a esta pequeña y darle a ella la familia que necesitaba en ese momento. Hablamos con la directora del hogar donde estaba la niña; justamente en ese momento iniciaba el período de vacaciones y su familia natural tenía dificultades para llevársela a la casa ya que no podían cuidarla durante el día, así que nos la entregaron en ese mismo momento para que pasara con nosotros las vacaciones y así poder conocerla y que ella nos conociera; fue un periodo de cambios, de adaptación y aceptación mutua donde sentimos que ese era nuestro deber ser: acoger, cuidar, acompañar.
Cuando terminaron las vacaciones, y la niña regresó al hogar y al colegio, continuamos acompañándola, ya que los fines de semana se quedaba con nosotros. Íbamos cada viernes en la tarde a recogerla y el domingo la regresábamos otra vez al hogar. Eso lo hicimos durante un tiempo, le ayudamos a hacer tareas, le conseguíamos las cosas que ella necesitaba tanto en el hogar como en el colegio, y de allí surgió un gran y mutuo afecto.
A finales del 2014 y, por motivos de salud, teníamos que cambiar de ciudad, al comentarle a la directora, nos agradeció lo que habíamos hecho por Alexandra, diciéndonos que no había ningún inconveniente, que ya habíamos hecho mucho por ella, pero al mismo tiempo nos expresó la necesidad de que Alexandra fuera acogida permanentemente por una familia; nosotros íbamos a hacer la misma propuesta: asumir a la niña y llevarla con nosotros, si ellos no veían inconveniente, de que ella hiciera con nosotros esta nueva aventura ya que íbamos a realizar un cambio total respecto a lo que hasta ese momento hacíamos. Tanto la hermana como la familia de Alexandra estuvieron de acuerdo, así que a inicios del 2015 nos mudamos junto con ella a otra ciudad.

Esta decisión de estar con Alexandra implicaba aprender a ser papás de una niña de 13 años, en plena adolescencia; hacer todo el proceso de buscar colegio, conocer profesores, ir a reuniones de padres de familia, presentarnos como sus papás, es decir, ser realmente una familia. Con ella acordamos que nadie tenía porqué saber que no éramos sus papás, razón por la cual, siempre nos presentó como su papá y su mamá y nosotros como nuestra hija.
Han sido unos años de mucho aprendizaje, en particular, a ser padres, porque creemos que es muy distinto haber tenido un bebé y empezar este proceso desde cero. Sabemos que ningún hijo viene con un manual, no obstante, comenzamos con una adolescente y había que entrar también en todo este mundo e ir conociendo cada cosa, cada paso. Han sido momentos de mucho diálogo, momentos también de dificultades, como en cualquier familia. Los desacuerdos entre padres e hija, entre hija y mamá, entre papá y mamá, sin embargo; desde que iniciamos esta convivencia juntos llegamos a un acuerdo fundamental: “que, en la medida que ella se comportara como hija, nosotros aprendíamos a ser padres y en la medida en que nosotros fuéramos padres, ella aprendía también a ser hija” y realmente así ha sido.
Ya han pasado once años y medio y, realmente, somos una familia, aunque con apellidos diferentes. Una familia normal con acuerdos y desacuerdos, pero son más las cosas bellas y bonitas que se pueden contar. En esta realidad también están involucradas nuestras familias, donde siempre han acogido a Alexandra como si fuera la nieta, la sobrina, la prima y a ella se le ha ampliado totalmente su familia porque no es sólo tener su familia natural, su papá, sus tíos, sus primos naturales, sino también todos estos tíos, abuelos y demás que ha encontrado con las familias nuestras, igualmente siempre han sido bienvenidos y hemos acogido a su familia natural, su papá, sus hermanos, los tíos, los primos.
Actualmente Alexandra tiene 23 años y pronto terminará la universidad, sin duda será un momento diferente, ella querrá buscar otros horizontes, realizarse personal y profesionalmente, pero en todo caso, sabe que seguirá teniendo en nosotros una familia, un lugar seguro donde llegar.

Nuestra casa también es el paso permanente de compañeros, primero de colegio y ahora de la universidad y, dentro de este arco, vivimos otras experiencias. Mientras estaba en el colegio, una compañerita se enteró de que Alexandra no era nuestra hija, pero vivía con nosotros como si lo fuera. La chica tenía muchas dificultades, estaba sola, carente de muchas cosas y nos pidió vivir por un tiempo con nosotros; lo pensamos y estuvo ese resto de año escolar en casa.
Este año Alexandra nos comentó que una compañera de la universidad, que es de otra ciudad y que vivía en una residencia estudiantil, estaba muy sola, y entrando en una depresión, lo cual le preocupaba mucho, y nos preguntó si le podíamos arrendar una habitación que teníamos libre y acogerla; tomamos la decisión de hacerlo, pensando siempre en el designio de nuestra familia. Hablamos con la chica quien estaba contenta de venir a nuestro hogar.
Así es como hemos comprendido que esta es nuestra misión, el designio de nuestra familia: acoger a cada uno con amor, hacer casa para el otro; de hecho, constantemente pasan por nuestra casa los compañeros y amigos de la universidad de Alexandra, familiares, conocidos, que quizás vienen de paso por un par de noches; queremos que todos se sientan libres y acogidos. Cada uno sabe que cuenta con nosotros, con nuestro apoyo para que se sientan seguros y en familia.
Por Jairo y Carolina – Colombia