Si en una ciudad se prendiese fuego en distintos lugares, aunque fuese un fuego modesto y pequeño, pero que resistiese todos los embates, en poco tiempo la ciudad quedaría incendiada. Si en una ciudad, en los puntos más dispares, se encendiese el fuego que Jesús ha traído a la tierra y este fuego resistiese al hielo del mundo por la buena voluntad de los habitantes, en poco tiempo tendríamos la ciudad incendiada de amor de Dios.
El fuego que Jesús ha traído a la tierra es Él mismo, es la caridad: ese amor que no sólo une el alma a Dios, sino las almas entre ellas. De hecho, un fuego sobrenatural encendido significa el continuo triunfo de Dios en almas que a Él se han entregado y que, porque están unidas a Él, lo están entre ellas.
Dos o más almas unidas en nombre de Cristo, que no sólo no tienen temor o vergüenza de declararse recíproca y explícitamente su deseo de amor a Dios, sino que hacen de la unidad entre ellas en Cristo su Ideal, son una potencia divina en el mundo.
Y en cada ciudad estas almas pueden surgir en las familias: padre y madre, hijo y padre, nuera y suegra; pueden encontrarse también en las parroquias, en las asociaciones, en las sociedades humanas, en las escuelas, en las oficinas, en cual quier parte.
No es necesario que ya sean santas, porque Jesús lo habría dicho; basta que estén unidas en nombre de Cristo y no cejen nunca esta unidad. Naturalmente, están destinadas a ser dos o tres por poco tiempo, porque la caridad es difusiva de por sí y aumenta en proporciones enormes.
Por Chiara Lubich La Doctrina Espiritual Ciudad Nueva