20 soles para Asdrúbal (Perú)

Hace algunos días me llamó Asdrúbal, un joven que conocí virtualmente hace dos años y que vive en la selva peruana. Estaba angustiado, sin trabajo y cargado de deudas. Se avergonzaba de pedir ayuda a la gente del lugar, pero confiaba en mí.

¿Cómo decirle que yo no poseo recursos para ayudarlo económicamente? Asegurarle mis oraciones me parecía que podía sonarle poco concreto. Sin embargo, se lo dije y también

agregué que hablaría con las personas que comparten conmigo el espíritu de comunión, y que están más cerca de donde él se encuentra. Me parecía que, más que una ayuda efímera que no resolvería el problema de fondo, era necesario encontrar un trabajo para Asdrúbal que le permitiera tener un ingreso mensual para que pudiera cubrir de a poco sus deudas y que —lo más importante— le devolviera su dignidad como persona.

Así lo hice, pero pasaban los días y no llegaban respuestas, mientras el joven seguía pasando necesidad. No lograba sacarme de la cabeza el pensamiento de que Asdrúbal no tenía qué comer y que sus deudas seguían creciendo.

Mientras caminaba bajo una tenue llovizna para participar de la misa de la mañana, al improviso vi en el piso un billete de 20 soles bien dobladito y completamente seco, lo cual significaba que se le había caído a alguien. Lo tomé entre mis dedos y lo levanté mostrándolo a quienes me rodeaban, como preguntando si pertenecían a alguien. Nadie se dio por aludido, a lo cual dispuse que esos 20 soles llegaban para Asdrúbal.

Después de la misa, lo llamé para contarle lo sucedido y le envié los 20 soles desde mi celular al suyo con un sistema muy práctico que existe en el Perú para pequeñas transferencias.

Yo estaba muy consciente de que era una pequeñísima suma (5,60 dólares) que no resolvería absolutamente nada, pero le dije lo que había significado para mí: la señal de que Dios no lo abandonaría y que encontraría el camino para ayudarlo.

A la tarde, me llamó para avisarme que una de las personas a las que había comunicado su situación le había ofrecido un trabajo en su empresa familiar. ¡Estaba feliz!

Por Gustavo E. Clariá- Perú

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